miércoles, 31 de diciembre de 2008

Alto a la ficción: Recuentos caleidoscópicos

Un alto a la ficción o debiera decir fricción. En realidad, de la poca que nos queda o la mucha que abruma, es cada vez mas complicado ver el limite entre una y otra, realidad y en medio tu ficción. Entonces los stop y demás señales de tránsito son casi irrelevantes, te las pasas de corrido, como ahora. Creo que conviven a tal nivel de inconciencia que una se acopla perfectamente a la irealidad de la otra. Todo se justifique en que hay realidades que matan y para eso ficciones dispuestas a morir, en una versión underground del mito prometeico, donde el fuego es a la ficción, que castigada muere por salvarnos de la estrepitosa realidad.
Es esa explicación o el padecer un síndrome agudamente avanzado (por no decir algo más grave) que te introduce a un espiral confuso en realidades; como el síndrome de Estocolmo, donde uno se encuentra dulcemente secuestrado, sin sentirse víctima alguna y entonces es prisionero a voluntad y sólo espera hacer lo justo y necesario para evadir alguna confabulación, si acaso existiera, que no le permita disfrutar de tal aventura. Pero esto de los síndromes con nombres de ciudades y normalmente nórdicas, no me da buena espina. Y pregunto, síndromes de tiempos revueltos, de sociedades hipocondríacas o calificativos lingüísticos que insisten en ponerle nombre a toda interacción humana para salir del aburrimiento, fin de pregunta. Y como podríamos llamar a ésta divagación por conductos virtuales tan efímeros, de narradores y editores todo en uno, de realidades y ficciones... me imagino que no tardará en ser un síndrome de esos vanos, ineficientes, de nombre y ciudad que tú quieras.
Lo cierto es que al hacer un alto a la ficción, en principio, se pensó en invitar a alguno de los nostálgicos que aparcan en la verdad de ninguno y que a cualquier estilo nos recuente su último día de diciembre; todo a favor de los demás días que le precedieron; y concluya, seguro, en que cualquier tiempo pasado fue mejor; que lo vivido se sostiene irremediablemente en ajustarse a fuerza de todo, a lo soñado, siempre y cuando no sea una pesadilla; que los años son quizás esa curiosa y profunda ficción que da cuenta de nuestros días mas, o menos felices…
Y hoy, en torno a una tarde levemente gris sea eso, un recuento calidoscópico, que en épocas como esta empieza donde termina.

martes, 30 de diciembre de 2008

Puerto ficción I

- Ella es de quien te había hablado. Ella es Paula.
Me ausenté algunos minutos, imaginé que ella hacia lo mismo. El intermediario movía las manos, gesticulaba y se reía; mientras los dos, por un breve momento, no existimos. Un presumible lugar donde estábamos era ese tierno reconocimiento sin asombro.

Claro que la recuerdo. De donde, no es la pregunta, de todo, es mi respuesta. Nos conocimos en un bar de Génova y solo podía ser al final de la vía Garibaldi, ella tenía la apariencia de no llegar hasta el muelle y yo de pasar aquel tiempo anclado al mismo muelle. Me había trasladado al viejo puerto en busca de embarcarme en cualquier carguero que tenga por requisito la inexperiencia en labores que no tengan que ver con tierra firme. Era casi imposible haberla conocido en un bar dentro de la ciudad, no frecuentaba ninguno, puesto que donde asomaba la curiosidad por palacetes multicolores, catedrales o museos convalecientes; yo huía despavorido. Si algo no me interesaba de la Génova antigua, medieval o hipermoderna era lo que no guardara relación directa con el mar, el mar que no necesita de vanas construcciones. Sin embargo es verdad que los dos primeros días me la pasé perdido por la ciudad, perdido en el sentido de agasajar mi arribo y despedir los días profanos que de vez en vez surgían en mi modo pasivo de ser; y es posible que de allí extraiga su dulce recuerdo…

¿Debiera decir que nos presentaron?. A pesar de mis certezas me limité a lo protocolar, ella hizo lo propio, hasta que seguro llegaría el momento propicio.

En aquellos días el viejo puerto fue la solución al final de un tiempo convexo, un tiempo atrapado en lo alto de un edificio, viendo como las ciudades arrastran sus cadenas en movimientos más, o menos estrepitosos. Tenía que celebrar el destape, el arriendo de esa habitación tan pequeña, donde solo importaba su ventana de eterna invitación a un inquietante mar; muchas veces pensé en esa ventana como en el marco de un lienzo misterioso o como el ribete blanco de una fotografía que estaba provista de miles instantáneas, donde era suficiente avanzar unos metros y cambiar de dimensión. Esos dos primeros días viví con intensidad de verme en el viejo puerto a punto de embarcarme hacia las entrañas del mediterráneo, y así rápidamente conocí a un napolitano de nombre Adriano, sumamente ordinario con quien conjugamos en seguida, a pesar de las pequeñas dificultades de los idiomas latinos. No podía ser menos y bebimos como los dioses, al tiempo de sus respuestas, brillantemente relatadas; mi curiosidad habló de mares y eternos viajes y en algún momento de bares y la intención por descubrir genovesas, pero el creyó mejor acercarnos a la ciudad, allá es posible que conozcamos mujeres que viajan con el único interés de sexo local, y un napolitano las conoce de sólo verlas, me dijo. A mi no me interesaba sus planes pero me costaba decir que prefería quedarme por acá, además el había invitado dos botellas de vodka y entonces le seguí el juego a pensar de que tampoco jugaba de local.
Recuerdo que entramos a muchos bares sin conseguir que mi compinche acierte con ese olfato agudo de sexo local. Hasta que de tanto bar y licor en algúno levante la cabeza... y Paula estaba ahí, tenía un rostro vivaz, ojos negros y profundos, tan inmensos como si cabiera todo su misterio en ellos, su cabello suavemente ondulado se peinaba hacia atrás, sin interrumpir los limites de su hermosa frente, sin interrumpir tampoco la perfección de sus mejillas; sentada allí sin parecer interesarle la conversación de su en torno. En ese mismo instante Adriano me dijo, es ella y en seguida fue directamente a la barra, prometo gestionarte una de sus amigas, dijo. Andábamos ya dos días en ese plan, pero algo me pasó que comencé a olvidar la borrachera que traía, fui hacia el lavado, moje mi cara reiteradas veces hasta volver a olvidar mi embriaguez o pertenecer a otra.
.
Nuestros silencios se prolongaron en todo ese encuentro, hasta que Paula se levanto inesperadamente y dejo dicho que iba al lavado, los demás no prestaron mucha atención seguían las bromas y más risas, sin embargo yo la seguía lentamente con los ojos, recordando sus manías. Y sí, su dirección no era el lavado, quizás tomó un taxi o quizás camino durante unas horas. Yo pedí un arsenal de vodka, hasta que el camarero me dijo que el bar había cerrado.

martes, 23 de diciembre de 2008

Que te puedo decir, sino quizás

Siempre tardo en encontrar aquella frase; suele estar entre los noventa segundos, minutos breves u horas que a veces son semanas. Guardo una fe adorable por encontrar esa línea que me permita imaginar algún final confuso. La espera me estremece y a veces mis manos se ahogan en el intento de escribirla o acaso sea el miedo a que no sea ella la que me altere y sorprenda con una historia jamás escrita.
El fungir de escribidor, me permite ese deleite, se que vago, insensato y proscrito para seres poco validos para la creación; sin embargo reconforta mis días y me lleva a una rutina plena con mi humilde oficio. No puedo negar que mucho de esa imaginación se la debo a la lectura de expedientes frondosos, amarillentos imantados de un alo espeso, oscuro y profundamente penoso, son la miseria de esos expedientes los que alimentan mi imaginación, es la ruina del autor que me permite atrapar esa frase. Y así les disperso el polvo que atestiguan su olvido, y me entrego a su lectura como aquel humilde operario de limpieza que se ocupa del archivo general de expedientes judiciales, ese humilde ser que celebra actos despiadados; que se conmueve con la declaración de culpables y se indigna por la autosuficiencia de los jueces, ese ser que después de mucho intentos consigue su frase a fuerza de tanta inmundicia.
Después de esa primera línea, el escribir se me da de corrido, mientras pienso en lo despreciables que a veces podemos ser, pienso también en mi lado amable cuando por mas de diez segundos una mujer me mira directo a los ojos, distinto a esas miles de personas que cruzan y entrecruza mi rutina, y pienso en ella y su inmediata desaparición, en su soledad que intenta disimular con el carmín exagerado de sus labios, pienso que si me miraría por mas diez segundos sabría de que se trata mi existencia, se que poco importa, no soporto diez segundos, ni saber de que trato… mas allá de los diez segundos estoy perdido.
Y sigo escribiendo, escribo de cualquier cosa menos de lo que me nutro día a día, los expedientes sirven para mi primera frase, lo demás es un eterno divagar, sin decir nada concreto, sin preguntas de respuestas conocidas, como canciones que callan, como suspiros que estremecen, hasta que mi garganta se confunde con mis manos que se secan y me ahogo; me ahogo con mi pecho inflado de aire que no es aire, que son sonidos sabor agua.
(Que le puedo decir a esa muchacha que me enternece, que se recrimina por un extraña impotencia, que le puedo decir si no se decir nada, nada que me lleve a un final cerrado y concreto.)
Quizás por eso escriba y así tenga sentido mi oficio humilde de operario de limpieza, y también sirva mis ocho horas detrás de este delantal, roído por el polvo, por esa nube opaca que me rodea, sirva para esa mi primera línea que nunca tiene relación con el tórrido desenlace en que termina.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ciudad futura

Voy dos años, siete meses y siete días en esta ciudad, ya casi me acostumbre a sus formas de otoño; a proliferar sus bares que abren más allá de la media noche; a pesar que después de esa hora sean mujeres poco atractivas las que te muestren una mueca en lugar de una sonrisa. Conozco lo que me importa de esta ciudad, más bares, bibliotecas gratuitas, cines gratuitos y toda forma de gratuidad que me satisfaga, además sé de un par de lugares en lo alto de esta llanura, donde puedes vapulear a ese montón de luces de neón y gritarle su inmundicia a ese espacio tan impersonal; incluso puedes emborracharte sin ser molestado por esos centinelas que acosan tu libertad.
El nombre de las ciudades, sus distintos nombres es lo único afable que guardaré en mi memoria, lo demás se fue perdiendo, hasta confundirse una con otra, ahora son todas iguales, igual de desoladas, de infames y el origen de las conspiraciones mas despiadados y deshumanizantes; quizás también pueda decir lo contrario o que la ciudad es bifronte; pero mi ciudad es despiadada y si llevo la cuenta de ésta en particular, no significa mucho, tan solo la prueba de seguir con vida y no perder la costumbre de decir lo que me plazca.
Es necesario que les cuente donde vivo, y es que es un barrio tranquilo y sobre todo barato, las manzanas me cuestan a mitad de precio y cuando voy comprándolas me da tiempo para ir comiendo una tras otra, que por supuesto no entra en el precio; converso mucho con los mercaderes de frutas, son mas amables que los cantineros y nunca se molestan por la fruta que uno come; eso a veces pretende hacerme cambiar de opinión; pensar en darle una oportunidad más a estas tristes ciudades es una improbable opción; puesto que no se trata de pensar que tan solo sea cosa de opinión, esta forma de vida no obedece a las buenas o malas personas que te puedas encontrar en sus arterias, precisamente salgo de noche para evitar tanta bondad de mañana, me gustaría que vendan fruta a media noche.
Si digo que me acostumbro a su forma otoñal es porque solo encontré dos estaciones, esa y la del tren que me lleva a la gran ciudad, he llegado a adorar los días otoñales quizás porque se llevaron todo de las demás estaciones, tan solo les dejó el frío, calor y viento y como tengo todos los humores para darme un paseo, voy de otoño a ver caer retazos amarillos de árboles añejos.
El tren y la gran ciudad. En una ciudad de nombre de fruta, me desenamoraba al subir a sus combis que me llevaban donde Adriana, que me llevaban en teoría, porque nunca lograron llevarme hasta donde ella, no podía y me regresaba a casa a mitad de viaje, tenía que ahorrar dinero durante algunos días para pagarme un taxi y abrazarla. Ahora me voy en tren por Paula, es diferente ella sabe que me gusta viajar en tren y aparece de sorpresa, se sienta a mi lado y como si fueramos parte de un tren de juguete vamos de un extremo de la ciudad al otro, lo que más me gusta de esos viajes es cuando Paula se queda prendida en algún lugar a través de la ventana, casi siempre es en el verdor donde aún se puede ver el horizonte.
A pesar de todo busco esa ciudad con escondite, que no lo sepa todo ni lo vea todo, que sea cómplice cuando salgo a media noche, que encuetre fruta en los bares y combis que logren llevarme a abrazar a Adriana; trenes eternos con Paulas a lado, busco esa ciudad posible, una ciudad futura.

viernes, 12 de diciembre de 2008

El idioma naufragio

Cuanto nos enseñaron nuestras rutas marcadas, cuantas de ellas fueron expuestas a los vientos cardinales, ¿importa acaso comprobar su realidad?. Da igual, con insólitos márgenes, saber si aquella tarde en el puerto de Helsinki perseguí a una ballena azul montado en aquel Tram Steamer infinitamente nostálgico, da igual si lo hice en sus costas o en Tierra del Fuego, importa la misma mirada que de tanta extrañeza naufragaba en los mares, también me da igual si lo hice desde mi cama reiteradas noches de invierno.
Son estas las historias que no solo nunca escribiré, sino aquellas historias que por su negación ha ser determinantes, eliminaron la posibilidad de acaso tan solo ser escritas, sino, sobre todo, la posibilidad de ser vividas. Sean quizás por esos giros inesperados de algún destino o sea quizás por mantener una obstinada pulcritud entre el preciso instante de armonía en aquella línea cartesiana de espacio y tiempo inspirador. Lo incierto es que aún trato de comprender que aquella privación a veces conciente y otras obtusa tuviera consecuencias que jamás pude prever.

I
Aquella tarde en el Tram Steamer vi pasar mis días en el más fulminante relámpago y puedo asegurar que cuando uno recuerda viejos pasajes de su vida en medio de un océano, el naufragio suele ser implacable. La memoria no solo te juega una mala pasada sino que se convierte en aquel iceberg que desmorona el navío y esa nostalgia te sepulta en lugar desconocido, al vaivén de las olas que dan señas de tiempos sosegados.

II
Cuando desperté recostado en las playas de Ushuaia, mi cabeza se despego del cuerpo y como cualquier trasto se dejo arrastrar por las olas que no solo descansan en las orillas sino que además llevan a todo objeto que quiera ser mar al más encantador de los naufragios. Mi cabeza como un fruto del palmar floto y floto sin convertirse en mar, hasta ser retirado por las mismas olas a cualquier isla lejana. Da igual lo que uno piensa las noches que uno pasa en la isla, para que decir que de los mas de mil y tres pensares, tres son historias inconclusas, amores perdidos no por el desdén del olvido, ni por la inacción de un miedo atávico; sino quizás por la irremediable adversidad de los verdaderos amores tan simples y complejos que quizás no tengan otra salida. Para que decir mas, si fueron la consecución de una y otra historia cada vez mas extraña como si el tiempo no tuviera espacio para una sola, como si el tiempo no fuese tiempo sino esquirlas de recuerdo.
Quizás nunca lo llegue a saber, fueron tantas veces que el final partió en otro bajel, fueron otros tantos instantes anhelados que solo responden a existir en la memoria y que de cualquiera otra forma huyen despavoridos. Si acaso persiga una condena será la de no haber podido establecer esa diferencia, pequeña diferencia, entre el fracaso y la dulce ruina.

III
A todo vapor, estaba en la cúspide de la travesía, como podía saber de una creciente, si apenas dos veces estuve a cargo del timonel, después de una mínima resistencia, mas producto de un reflejo que de mi astucia la embarcación encallo. Detuve los motores, me saque los anteojos y puse aquel libro encima del estante, apagué las luces y me acomode para seguir con mi viaje.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Cartas de ninguno

¿Quién miente?

La vida es, siempre lo ha sido, una gran mentirosa.

Sin embargo es la única verdad plausible

lunes, 17 de noviembre de 2008

Famélicos

¿Qué me puedes decir a estas horas de nuestros días, a esta altura de nuestros años, qué me puedes decir del simple parpadeo de tus sueños?.
Me obligas a quererte, como si de mi dependiera el resto de vida que no te queda.
Deja esa vanidad y dime lo que nunca se te olvidó decir,
abandona esa ausencia,
qué más sabes callar,
sé todo de tus silencios éstas últimas semanas, sé de mis desnudos bajo este techo.
Dime que no te gustan mis lentes amarillos, que aquel guiso queda mejor sin tomate, sin sal y sin nada, que no debería llamarse guiso sino hambre;
no me digas que esto no tiene sentido.
Soy una calavera y tu el fin,
por siempre famélicos.
Deja que siga sonando esa melodía,
me ayuda a no olvidar nuestros mares y de los bosques, arena y soles,
por que así arderé a tu lado.
Y si estamos perdidos entre lo que pretendimos
igual te sigo;
que puede importar a esta altura de las montañas,
te pretendo y arrincono, como esa tarde que pudimos darnos el verdadero adiós y no pudimos;
que nadie me obligue a pensar que esto es el infalible adiós.
Y si acaso todo brilla aún,
o si acaso me lo invento,
ya veré hasta donde uno llega y se gasta de tanto enfrento.
Será mi suerte como la caca de los pájaros que caen los jueves del cielo cubierto por árboles,
seguiré sonriendo si en lugar de ello es una vaca astronáutica que desprende su mierda en mi hombro izquierdo,
pero no estés como ausente,
dime algo,
dime que te vas ahora y volverás pronto
Yo te diré que no se te olvide que no te olvido.
Aunque estés tan muerta y famélica sobre mis sabanas, me obligas a quererte como
siempre.

viernes, 31 de octubre de 2008

Pruebas con L.S.D.

Hoy quiero escribirme tanto, que me gaste todo…
Ir tan rápido, como en un bólido enfurecido, no poder atrapar las tildes, saber que las tes, las efes, las os las elles y otra vez las putas osss, sobrepasan; que son más que frases que viajan en un tren de alta velocidad, y que las siento todas pero no las puedo detener, fluyen pero no se estacionan en éste escribir. Como esas historias que corren los 100 metros, tan veloces como el jamaiquino que batió el record mundial, así como yo batiré el record en gastarme, en ponerme a prueba. Y nadie sabe para que.
En algún lugar sobre las montañas, ahí parece que el mundo gira a mas revoluciones, parece que el mundo se cansa de girar sobre su eje, y que no quiere mas ejes, ni libros que le digan que hacer, ni facultades de geografía que le digan donde archivar sus fotografías, que será de ese mundo…
Yo le he puesto fecha de caducidad porque sino caería en la ruina, el ahora, los días, ese mundo finitamente extraño, precisa de enloquecer contigo a mi lado, así pues, que sean finitos estos días, que no te veo reverenda hija de los manzanos, que no te toco como a una rica cumbia inspiradora, que no te hago el amor con superávit; pero si infinita la posibilidad de un gasto gratuito, sin lecciones y malgastando esté misil.
Revelador como un carrete Kodak de 15 lucas.
Son esos mis días de escaparme por la ventana de este piso que esta en un cuarto, sin ascensor, sin escaleras, ni puertas y dejarme ahí, colgado en la inmensidad…
Es también esa puta racionalidad que se atreve a poner fechas de caducidad, que sería de este practicante sin ese poquito racional, que sería de él, en un cuarto piso sin ascensor, ni escaleras, ni puerta y practicando con L.S.D.
Como ayer, hoy quise tantas cosas que te partí en tres.

martes, 7 de octubre de 2008

Leit motiv

I
Sí, todo gira. De lunes a ocho y media, a otro de diez menos cuarto, existe lo que hay en nuestros sueños y todo lo demás a partir del ruido que despierta.
Gira la rueda igual que la noche, giran las horas para convertirse en números distintos del calendario, que a su vez giran para convertirse en meses, en canas y en cansancio, todo en función de la muerte que existirá algún día de mes y año exacto, esa muerte que increíblemente también gira.

II
Un día gris, no tiene posibilidades de ser amarillo, ni azul o lluvia que lo encienda y ruido que atemorice.
Ese día no debes sacar cuentas, no importa las manzanas que no existen para darles mordiscos, no interesa si no pagaste el gas que calienta el agua que riega tu cuerpo, y sobre todo no debes recordar días perdices.
Un día como esos, en que el aire te asfixia, los pasos pesan y las palabras dan miedo, salí a ninguna parte y al regresar, empujar la puerta, envolverme en sabanas y ahogar los ojos, pensé en lo bien que se siente no estar o ir a ninguna parte.

III
Pensar que pertenecemos a palabras y que poco nos las tomamos en serio, pensar que pertenezco a las letras de ingeniero aeroespacial y otras a la de marido leal.
Cuantas palabras he escrito, cuantas promesas han viajado con ellas, me pregunto si fueron suficientes las conjunciones y preposiciones; sin ellas que significa los infinitivos. Como voces idas, sin conexión.
Que poco he aprendido del lenguaje oral, he preferido el estanco de palabras pensadas, ahí, postradas en una hoja en blanco, lo que me obligara un día cualquiera a verlas podrir o esperar un milagro.

sábado, 20 de setiembre de 2008

El mejor canto Gregoriano

Como olvidar a Gregoriano el pimpollo, tenaz hasta llevárselas al huerto, en dichos de don Paco taco. Sin dichos y con acciones que agraven pasiones, cacharselas rico y que terminen templadas; eso es lo que hacia este noble personaje, enamorarlas con un par de polvos, lo sé de primera mano y por mi segunda mano también. Como le envidiaba al desgraciado o bienaventurado; aunque muchos envidiarían igualmente ese huecazo en mi pared, que me hacia observador y la mayoría de veces participe manual del coitus aplicandus con el que Goyo sometía a las mas nobles y pérfidas amantes, que niñas éstas, perdían el calzón y que importa ya la dignidad y derivados cuando se pierde el calzón en el catre de Gregoriano, (eso lo digo también como observador).
A partir de allí, se pueden explicar muchas cosas. Recuerdo la primera vez que me gané con el pase, tendría unos ocho años, ya por esa época me levantaba mojadito y pegajoso pero con una sonrisa que todo eso compensaba, hasta ganas de ir al colegio tenía; fue entonces cuando llegó el gran día, ya no tendría que compartir la misma habitación con el meón de mi hermano, me mudaba, si a los ocho añitos me mudaba a una habitación sólo y mejor aún, lejos de mis padres, en el tercer piso, la azotea de casa. El estreno no pudo estar mejor, al cuarto día, que era un sábado, conocí a Gregoriano, fue tras terminar de ver una serie tan conocida por esos tiempos, una serie que mi madre se esmeraba porque viéramos, “juntos en familia” como ella decía, en verdad que a mi por esos años sólo me gustaba ver chicas calatas en el quiosco de don Paco, pero en lugar de ello había que ver la aburridora y angelical “Familia Ingalls”, ese día fue un día extraño porque le encontré gracia al programita, aunque duró únicamente ese capítulo, y es que por primera vez al tal Charles Ingalls se le veía arrecho y lo mejor de todo Caroline hizo un semi desnudo al estilo de las grandes divas eróticas, fue espectacular aunque no se pudo ver más. Yo cogí mi imaginación y me fui a dormir con Caroline calata y yo creyéndome Charles. Ya en la habitación intenté dormir pero conforme lo hacia, un bullicio aumentaba y hasta que se hacia imposible concebir sueño; allí comenzó mi investigación puesto que todo se oía con absoluta claridad y por gracia divina vaya que fue una corta pesquisa, porque tan solo vasto salir de mi habitación y asomarme sin esfuerzo a la casa del vecino, para que vea al mismo Charles Ingalls y Caroline calatitos, confieso que eso lo veía por primera vez, a pesar de encontrar condones debajo del colchon de mis padres, sin embargo nunca los vi desnudos al mundo, y peor, nunca los vi uno encima de otro, como esa noche descubrí a los Ingalls que eran mi nuevo vecino Gregoriano y la amante de turno.
Nunca he tenido mejor posición de observador que en aquellos años, ni cuando conocí a miss Geva, la maestra argentina que enseñaba ingles y tenía las mejores tetas de la escuela y era yo primero de la fila, al frente de su pupitre; ni cuando por única vez fui a ver un Universitario – Alianza en oriente baja y con goleada incluida a esos cagones de mierda, nunca tuve mejor posición, ni acomodandome en mis sucesivos actos coitales. Sólo esa época, esos dulces años que son la niñez y después la pubertad que ya me tiraba a todo lo que traía faldas, después vino la adolescencia y fue cuando decidí que hacer con mi futuro, esos ocho años tuvieron mucho que ver, con un Gregoriano de maestro con quien aprendí tanto, que acá me tienes dueño de “Las Cucardas”, el prostíbulo más conocido de ésta región, donde de vez en vez me asomo a observar algún ruedo sexual que intente compararse a los de aquellos años.

lunes, 8 de setiembre de 2008

Relatar-me, o el preludio de un artesano a su despetar nunca

He querido empezar a contar-me, empezar con algún ladrido que sea señal de que vamos avanzado, si, terminado en “s” y pasado subjuntivo e querido o mejor dicho hemos querido tantas cosas que muchas veces me he perdido en querer tanto y no saber que hacer con los queridos (como ahora). Querer significa confusos sentidos; el triunfo de lo imposible, de la promesa y de la apertura a todo aquello que es y esta por venir, eso al querer de los filósofos que es algo así como el quizás. Algo preciso, simple y objetivo, nuestro querer es desmedido, insensato más que estar en función de un porvenir es un devenir muchas veces infructuoso, habita en causas perdidas y la mayoría de veces se encuentra en bares de rara elite, nuestro querer es una dulce agonía, como la de Unamuno, agonizar en eterno luchando.
Pero al margen de quereres inqueridos, de Terezas, de Fernandas y de tantas otras citas pendientes; he venido a contar-me, como deshojar trescientos sesenta y cinco días, años, lustros y aún pocas décadas, no es tarea fácil, hoy será un mínimo preludio, es por eso que comienzas por describir tus aullidos, dar coherencia a tus significantes, ordenar tus acciones, lamentar tus vividos o quizás desmontar todo, y construir un nuevo chiringuito, libre de deudas, al día con el fisco, saludable, con sus tres comidas rica en proteínas vasta en minerales; ser acaso esa memoria selectiva con la que una noche en la terraza de un hotel parisino, juré ser-te, juré renacer-me.
No esta mal, lo he dicho la misma proporción de veces con las que he visto el pasado, nada esta mal cuando eso es lo que hay, cuando se tiene un puñado de buenas justificaciones, un Az bajo la manga o mejor un A quien putas le importa!. Es mejor pasarla así, ¿cómo?...así, estar, estando.
(Nunca confundir el querer con los gustaría)
Lo digo porque muchos días van antecedidos de gustarías, odiamos el gustaría en todas sus formas, con indicativos o subjuntivos, hasta con premoniciones y certidumbres.
Hoy no es el mejor de los días para sacar conclusiones, no los ha repetido Malatesta, si Mala-testa, Mala-testa infinitas veces cabeza de chorlito, a quien le importa hacer una lista de errores, a lado izquierdo soluciones, y al otro, poco espacio para seguir con las erratas, errores y horrores de mis ya porcentaje y medio de días, anulados, caducados, mal vividos pero alzheimicamente recordados.
Jamás es el mejor día para empezar de nuevo, lo sé más que nunca, lo sé porque si padecemos de algo, es de esa misma ensoñación perezosa con que se levanta uno de mis Tantos. Todos, eximios personajes, retorcidos, graciosos, irónicos, perezosos etcéteras y puntos suspensivos. Que indigencia aprender de nuevo, somos casi felices con nuestro minimus vivendi, yo, nosotros y otros tantos.


martes, 2 de setiembre de 2008

La razón insuficiente

No sé cuanto de nuestro tiempo hemos dedicado a perdernos en la nada, no sé si lo sabemos hacer, no sé si te atreves a vaciarte en forma y contenido.
Acá empiezo a redactar un retazo más de los días de Frutango y su constante atracción por lo absurdo.
Frutango andaba surcando los diecinueve años, en ese momento se trataba de explicar algún alcance racional que le permita comprender su extraña naturaleza, como todo buenparido a sus casi veinte abriles, vivía conflictuado por eso de los distintos cambios sicológicos que se atraviesa a esa edad y largo etcétera, sin embargo cuando le preguntaban cual era el sin-sentido de todo ello, el sin titubear decía que sí vivía saludablemente era porque lo hacia asistido por una bomba de oxigeno, que para él significaba andar queriendo a mujeres desconocidas, su bomba al parecer era una de nitrógeno y quizás el principio de su condena.
El buen Frutango, si revisan los archivos es un tipo peculiar a pesar de haber asistido a todas las citas con las maneras de ser made in socialmentecorrectas, a pesar de ello, los resultados finales no eran los esperados. Si bien había celebrado su primer año con una fiesta socialmente correcta, la política de Frutango aquel día fue la de intentar quitarse la vida, o aquella otra cuando asistió por primera vez a la escuela, esa vez aparco, literalmente, en el área de estacionamiento y no se quiso mover de allí hasta que sus madre vino literalmente a desaparcarlo.
En algún tiempo Frutango y sus etéreos años de universidad, habian escogido por carrera una que le permita la perdida de tiempo en su máxima expresión, estudiaba medicina por una cuestión de poca importancia ante la necesidad de salvar vidas y más aún - lo decía Frutango- si se toma en cuenta la equidad valorativa del significante, un vaso de agua en el sur y un fármaco antipsicótico en el norte. De ese tiempo vegetativo, son los años gozosos de Frutango que se enamoró perdidamente de cuanta mujer desconocía; claro esta con un lapso de tiempo prudente para idealizarla con los ojos- intentar su abordo con los labios- desilusionarse con sus gestos- y llegar al desamor absoluto con copas reiterativas en bares perdidos. A todo esto si Frutango había descubierto algo involuntario, eso era su cruel proceso de amor y desamor en dosis parecidas, a pesar de ello la única esperanza que lo alimentaba, si podemos llamarla así, era poder levantarse al día siguiente y volver a enamorarse de su indéntica desconocida. No entiendo como Frutango podía querer a tal estilo, sus maneras eran ilógicas y desmedidas, pero es verdad que cada historia tenía su peculiaridad pero además un artículo en común.
Frutango no se repitió ni una sola vez, no lo hizo por dignidad e indolencia a cada circunstancia vivida con sus amantes, sin embargo sospecho que una mujer desconocida, pasa por querer a la misma repetidas veces. No saben cuanto me gustaría saber algo más sobre el querer del buen Frutango o el principio de su condena.

viernes, 29 de agosto de 2008

El sindrome de Helsinki

(Lo recuerdo con especial saudade, aquel tiempo las fotografías no estaban bien enfocadas, las imágenes que asaltaban mi memoria, respiraban mucho de invención, sin embargo son esas mismas imágenes las que mas de una vez siguen guiando esa especie de búsqueda del dorado, esa estación mental en que todo fluye con especial encanto; he pensando en respuestas, algunas que tengan que ver con exceso de secreción hormonal, pero eso, quizás, responda sólo a determinadas imágenes, he consumido drogas de variada estirpe cuyos efectos son lugares comunes; lo innegable es que algunas imágenes provocan la no respuesta, para esas pocas representaciones no espero extrañas premoniciones, todo lo contrario saber su composición exacta y empezar su siembra.)
Del luchador desorientado
Su estado: sin causa conocida,
Su lugar: una habitación oscura con esa rendija de luz tenue que le despierta a ese día,
que se mira desnudo en posición fetal…
y se pregunta, si esto es lo real, se restrega los párpados, se ausculta algún orificio, y a lo lejos escucha una dulce melodía... sin distinguir la vocal que prevalace.
la imagen fluye como las olas, la melodia la enreda mágicamente; es un día lluvioso, en un cielo gris, ilegible, ansioso...
Y otra vez él, parado, desnudo, de espaldas al gallinero, ve pasar los días.
Y una noche cualquiera, en lo alto de la vida, cuerpo y alma son el protagonista; su sola muerte la proposición.

martes, 19 de agosto de 2008

Aquél perro anda(sin)luz

No se ni por qué te escribo, ni por qué empecé a escribirte; sin embargo ahora mismo no me imagino recostado en el césped del jardín contemplando la nada, como gustá-vame, como gustá-vate...
Allí horizontal echado en el olvido, revolcado, sucio y mordiendo mi triste y rojiza pelambre. Mas preocupación... tan solo atrapar esa fácil presa, relamer sus gentiles atributos, cavar un hoyo, enterrar sus huesos.
Todo esto sucedió hace varios años, no recuerdo cuando es que comenzó el cambio, solo se que desde que desperté a ti, ya no doy vueltas antes de acostarme, ya no escarbo en el suelo para cerciorarme si alguna serpiente estorbará mi sueño, ya no rasguño las puertas, ya no marco territorio, ya no entierro mi excremento, ni me atraganto con los huesos, no meo, ni fornico en las esquinas; ya tan solo quiero que llegue la noche y conservar ese único rito... el aullar tu olvido.
Que dirías de mí si ahora me vieras, pero parece que el destino tiene la formula traviesa, esa herida canina que terminará conmigo, desde que ya no está tu mirada compasiva, ni tu mano chapoteando mi pelaje, ya no está ni lo poco de esperanza que me daba el que te comportes como ama, como la dueña, propietaria de un contrato de compra y venta, cumpliendo con tus responsabilidades, queriendome por obligación y por compasión enterrarme.
Pero en vano he involucionado, en vano he perdido mis animaladas, he extraviado mis monadas, he olvidado el pedigree... donde andas amansadora de rabias, depredadora de alimañas. Te pienso y me pregunto donde lucirás tus negros cabellos, esa piel de verano bajo tu sol, y ese embrujo de mirada a quien estará transformando los sueños. No lo resisto, muero entero.
Entonces reinvento con estas nuevas manías que han mudado en mi. Los días han cambiado, los objetos todos ahora son extraños, hasta la camiseta que me tejiste es extraña, por eso que he abandonado la casa donde te conocí, robé unos pantalones de tu padre, una mochila color cielo y salí rumbo a ninguna parte, al principio pensé en hallarte, después de un tiempo he aprendido sentimientos complejos, odio cada día hacerme humano, para mi no tiene caso éste cambio, si eso significa no encontrarte, para mi no existe ser humano, soy anulable, estoy caducado, voy pretérito de no atinarte.
Quizás por eso este acá, lanzando una tras otra letra, hasta que parezca que te escribo, hasta que aparezca una de esas tus manías que despierten más escribos, más manías y más escribos, tanto que devuelvan en mi a ese perro salvaje que hoy desde una habitación sombría escribo- te sueño-te y amo-te en eterno aullido.



jueves, 13 de marzo de 2008

El revés del giro

Mi nombre es el que tú quieras, y no estoy loco, ni muerto aunque muchas veces lo desee. Lo de locura o muerte, es por esa trasgresión del tiempo y espacio que tanto me fascina.
Cuando voy de regreso a casa, por caminos de largos trechos, mi mirada suele clavarse en la repetición de mis pasos y más pasos, sólo así logro trasgredir ese espacio. Aveces me imagino roedor de alcantarilla, que esquiva mierda y más mierda y ya sin salida se zambulle en ella; otras soy un lince disfrutando del infinito vuelo, hasta que cazo mi presa: una rata enorme, por enorme mierda. Antes pensaba en otras cosas.
Pero no es esto lo que quiero contarles, aunque digan que todo esta relacionado; que el final es al principio; como mi existencia al divagar, detesto formas de relacionar, que el causal es al efectuar, pretendo todo eso sea insustancial.
Prescindiendo de esas relaciones; hace algunos años cuando no se me pasaba por la cabeza alegar mi propia locura o dudar de la pertenecía a la vida, conocí a una mujer muy extraña; es cierto que la palabra extraña siempre dirá lo poco que siempre conocí a las personas, es más lo extraño se fue convirtiendo en el mejor calificativo para llamar, circunstancias extrañas y después, sujetos extraños y un día cualquiera cojo un espejo y digo que extraño objeto. Ahora naturalmente nada me asombra; aunque quizás, esto, esté relacionado con falta de Prozac. Lo cierto es que esta extraña mujer, lo fue más aún por que me expresó que yo la había amado, y la había amado verdaderamente porque dijo que nunca le había ofrecido nada a cambio, ni siquiera el miserable compromiso de recordarla, yo inmediatamente le replique a que se debía, entonces, todo esto, sin minimamente recordarla. Y ella muy triste dijo porque finalmente supe que también te había amado... yo pensé en cuantas veces uno quiere gritar o salir corriendo a contar sus dichas.
Ha pasado mucho tiempo y espacio, y siento como esa soledad me va abatiendo, resquebrajando la poca resistencia que quizás ya no exista, logrando inundar mis pensamientos que alguna vez gozaron de mañanas expuestas a un sol de invierno entregado al sueño, al poco esfuerzo de pensar para no resolver sino por disfrutar, viendo suceder a las horas y días sin ningún tormento.
Ahora por el contrario me aterra pensar lo que pienso, no es la muerte ni es la locura, es el Aún no es ahora y el pavor al que no sea nunca.

sábado, 19 de enero de 2008

Cuando te busque en mapas, guías telefónicas y tú ya te habías ido

He terminado con todas las calles; Madrid es gigante, me pasa eso cuando despierto con esa mirada tuya clavada en el medio de tu nombre, me pasa eso siempre, apenas puedo amanecer dispuesto a condenar tú ausencia y así salir en tu búsqueda...
Mis últimos recuerdos son de calles eternas, tan solas y serpientes, será el último día que hago ésto... mi cuerpo empieza a sentir cansancio se va agitando cada vez más, pero conforme lo va haciendo imagino el encuentro perfecto, no entiendo porque esa perfección, debe ser por la influencia de algún producto sub-cultural, no se porque insisto no soy Pedro Balbuena ni tengo la mirada de James Dean, debo olividar esas películas borrar esas novelas. Aún así, me ataca tu búsqueda, no tengo otra explicación que el consumo impulsivo de abundante mierda contra, sub, supra y culturalmente devastadora, mis tristes referentes me condenan. Pero que poco me sirve dar medias repuestas; cada vuelta de esquina se me ocurre un nuevo encuentro, los he imaginado en todos los colores, aunque prefiero en blanco y negro, son de formas distintas un tropiezo casual; un accidente en que me golpeas con tu coche; sentados en la estación del ferrocarril de un pueblo desconocido, donde te ayudo a acomodar tu equipaje hasta que estas dormida y tu baba se desliza o quizás en un parque, una tarde de otoño en que salimos a pasear a nuestras mascotas y mi perra chiguagueña se enamora de tu doberman... en fin puedo ser más ridículo o sentarme en el cementerio y darte por desaparecida.
Por último, cual será tú dirección, en que tercer piso vivirás, de que color serán tus sabanas blancas. Que miserable puede ser imaginarte, sobre todo estos últimos treinta años, en que no importa donde fuera que estuviese esa dirección, ese tercer piso, esas sabanas blancas; puesto que las llevo a la misma calle donde vivo y en el peor de los días, vives por todas las calles que visito, mis peores días un Madrid gigante y yo no te olvido.