martes, 29 de diciembre de 2009

Ese pequeño mal, más allá de las contingencias

Paco era un infeliz, lo sabía su madre “… y no habrá peor sentimiento en un infeliz que la lastima de tu puta madre”- me lo dijo una noche de embriaguez absoluta, sosteniendo el pico de una botella rota, mientras yo intentaba rescatar su perdida tranquilidad. Quizás el balazo que meses después se incrustara en la mitad del craneo tenga que ver con el dedo índice de su madre.
Lo conocí en un bar flamenco, tocaba la guitarra completamente obnubilado, en seguida uno se respondía acerca de su atuendo; una camisa percudida de suciedad y en la parte del cuello se envolvía un lazo rojo que pretendía remedar una corbata. Al terminar su interpretación, se acomodaba en un rincón de la barra, era casi imperceptible si no fuese que el bar donde tocaba estaba llena de gente escandalosa; fue por eso que me llamo la atención. Ese mismo día que lo vi por vez primera, me acerqué para reconocer esa pasión con la que se entregaba a su guitarra flamenca. No hizo falta hacerlo porque a las dos primeras frases el me interrumpía bruscamente: “si una cerveza te vale podemos ir a mi habitación en este instante" me dijo.
No quise entrar en malos entendidos y le reventé mi puño contra su inmensa nariz, un par de horas después sentados en la cuneta, al frente de aquél bar nos estrechábamos la mano respetuosamente.
Desde pequeño tuve curiosidad por las vidas marginales, maldecía mi suerte por tener una familia “normal”, porque mi padre me cambie de pañales y mi madre me limpie los mocos o me espere con la comida caliente. No los quería muertos pero sí bastante lejos; pero ya saben, todo esto de los gustarias es como la religión, un estado perpetuo de insatisfacción para unas oraciones calientes de esperanza; algo así como ganarse el premio gordo sin comprar la lotería. Sin embargo para Paco fue razón suficiente para llamarse infeliz, no porque no tuvo una madre como la mía, sino porque odiaba a las madres como la suya, para alguien que sabe algo de emociones, le parecerá absurdo detestar a su madre, pero aquella tarde de invierno raso, plomizo como el purgatorio, camino al bar supe algo más del sentimiento de madre.
Conocí a Paquita en el mismo bar que a su hijo, era una mujer bellísima no aparentaba ser madre de nadie, cabello azabache y traje almidonado; se deslizaba con abrumadora elegancia por aquél tablón flamenco. Nunca imaginé que fuese la madre de Paco, mas él seguro cargaba con tal certeza; supe también que nunca coincidían en aquel bar, ni que tampoco los habían visto juntos; supe además del odio que le profesaba ella por ser homosexual y él por ser prostituta. Cuando la conocí le pregunté por Paco y como él lo hacia, ella también me evadía.
Después de lo de Paco nunca más la vi a ella; a veces pienso que se trataba de la misma persona, a veces pienso que si hundo éste gatillo cerca de mi esofago la mataria a ella.

lunes, 14 de diciembre de 2009

A sangre fria

He sido una especie de mito, un relato religioso, nada claro, palabras confusas, personalidades caducas y esa forma externa: una apariencia lejana, un magnetismo infernal de alguien que realmente existió.
Todos los sábados por la noche he conocido al amor de mi vida y al día siguiente he muerto de mil maneras, aquí adentro, todas mis muertes han sido acá dentro. Recuerdo una de ellas, esa noche de invierno, de vientos confusos, salía de un atraco, era con ese dinero que compraría un televisor para ver el mundial de fútbol, pero nada de eso ocurrió. Solo me alcanzó para dos botellas de vodka, era mucho dinero y ese vodka de la peor calidad: cinco balazos a quema ropa y un tiro de gracia ¡malditas putas de hijo! A pesar de que anuncian su llegada, nunca sé el momento exacto en que están al frente mío y ya es muy tarde cuando me repasan como una aplanadora, quien puede saberlo, si acá todos terminan traicionándote, vivo con el enemigo dentro.
No es que lleve mi desdicha cosida en la espalda, no es que me gusten los días nublados, me da igual si soleados o lluviosos, pero tengo un agujero en el alma y eso no se cura con vodka y te pierdes con anfetaminas.
Sinceramente, no puedo con tantos y cargo con sus muertes de esos pocos, ¿será porque entierro sus cadáveres en el patio infeccioso, también de dentro?, ¿Por qué todo tiene que estar dentro?, como las culpas que deberían estar fuera y tener una fecha de caducidad y hoy no es sábado pero debería conocer al amor de mi vida.
Y si aparece esa mujer le voy decir que tengo un agujero en el pecho, ofrecérselo directamente en rebaja a ver si lo rellena entero.
Y cuando todo esto termine y todo lo mío se derrumbe, un pedazo mío dará con ella y sólo asi quizás exista por vez primera.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Ese animal asustado

Camino hacia mi pasado, he trepado en ese viejo vagón que me llevaría a esa amalgama de recuerdos, simple rutina, nada extraordinario, por lo menos hoy no. He preferido ver a través de la ventana, me gusta verte a través de la ventana, con tu cabeza sostenida por esa lamina transparente, con tu mirada lacónica y extraviada.
Al otro lado de la ventana y en pleno movimiento las personas detenidas en la estación se desprenden, las luces se distorsionan y viajas a través de un túnel como en una interminable caracola que en escasos minutos recorre un ilimitado mundo, jirafas a galope y enormes rinocerontes se transforman en orugas y luciérnagas que anuncian la primera estación, entonces vuelvo al interior y ese otro mundo es desolador escasamente angosto, no cabe mucho a penas una bolsa de mercado con las sardinas a punto de salir y una botella de aceite que deja caer esa gota espesa lista para resbalar.
Cuando viajas en un vagón y no tienes mas salida que continuar, te detienes en los quehaceres de los viajeros, en sus prisas que en diciembre son los de consumir enormes almacenes de colores, no soporto que los almacenes sean de colores deberían ser grises y sus ventanales profúndamente oscuros, al verlas solo encontrarías tu reflejo, un rostro frío y un cuerpo vacío. Deberían embargar tus ropas y una pandilla de muchachos disidentes pintar de negro los ventanales.
A medida que voy imaginando este viaje me pregunto tantas cosas, ¿por qué ya no puedes fumar en los vagones? ¿por qué ya no se sienta ninguna mujer a lado mío con olor a sexo entre la piernas? y así me dejo de tantas especulaciones, ¿por qué nos pasamos la vida en un ir y regresar continuo? ¿y por qué no detengo ya este vagón y me bajo en ninguna estación, en la mitad de la caracola, al final de este túnel?.
Sin embargo han empezado a poner películas de vaqueros en los vagones, los niños corretean por sus pasillos desfundando sus dedos pistolas, sus brazos metralleta; las madres los regañan, casi todas están gordas y embarazadas, la muchacha mas atractiva sueña con ese bebe en su vientre, si tan solo alguien le haría daño.
Ya casi es mi estación, después de unos minutos todo esto habrá desaparecido.