miércoles, 15 de abril de 2009

La historia del copiloto atónito

Que terrible es habitar el mismo cuerpo, las manos enormes que no acarician ni a una hierba, por mas mala que ésta sea; que terrible convivir con esos pensamientos siempre zigzagueantes, alterados por cualquier aditivo que tranquilice; que terrible mi boca chueca, que repite y repite el mismo relato, las mismas mentiras, la única verdad es que estoy sordo.
Lo que hace, pretenderte un animal raro, es enrrollarte como una serpiente en su mismo cuerpo.
Sin embargo, existe aquel día en un lugar no situado, siendo esa simple señal la que le obligó a salir hacia otros cuerpos, para ello como venia insistiendo Federico hay que matarse a si mismo, agotar las siete vidas a puñaladas si es preciso, nada mas al mínimo atisbo de reflejarte a ti mismo; hay que cortarse el bigote y ponerse lentes amarillos. Nunca he visto tanta seriedad que un bigote sin lentes amarillos; tambien he pensado en los barbudos reiteradas veces y pocas me han dado disgusto, aunque existen escalas muy distintas, los barbudos mas tontos son los que oscilan en la edad de veintitantos y treinta y pico; son pretensiosos y altivos, pobres mentecatos.
Ayer estuve viajando en el tren mas hermoso que han visto mis ojos, era un tren como lo había imaginado el día que pensé cruzar el océano atlántico y zarpar por una temporada a un tiempo pacífico, como sus costas bálticas o su mozzarella italiana con jamón ibérico y si alcanza un queso fromage. Digo hermoso por una simple razón, que no es esta, éstos solo son simples motivos:
-El tiempo queda colgado en el perchero del último vagón que no existe.
-Los días y noches se suceden como túneles encuentre el camino, es decir que un día puede ser soleado y media noche te encuentras una construcción de nublado túnel.
-El tiempo-tren como el espacio-tren dista en su sonido (chucu-chucu... bú-bú) del tiempo-autobús, como el espacio aéreo de las ideas telúricas.
Como dije y vuelvo a repetir estos son simples motivos que hacen de este viaje algo mas placentero, lo cierto es que el tren más hermoso que existió ayer, fue por la compañía de lado, los manuales ferroviarios lo llaman pasajero, nunca peor dicho, puesto que un océano esperé, para saber que el tren mas hermoso pasa por Angustias en la estación, lleva en sus vagones a la ciudad mas extraña, la que no arde en humo, la excepción a mi pobre intuición. Es así que ayer pasó por mi estación el tren mas hermoso, sólo porque ella existió, y yo me pregunto si tengo la posibilidad de treparme en sus vagones, o por último me arrase entre sus rieles y solo esforzándome tanto pueda colarme en alguna de sus paradas, de sus dudas, de sus túneles, y porqué no recogerme con tikete en mano en su más dichosa estación.

miércoles, 1 de abril de 2009

Un raro hallazgo

Ayer sobre la media noche, al comenzar el día, fueron mis miembros exponenciales los que me hicieron llegar a esas librerías de venta y compra, me perdí toda la noche en aquellos lugares que hasta olvide trabajar, me gustan los libros usados, lo sé porque mi estomago experimenta una peculiar sensación - deberían preguntarles a los enamorados que fueron en tiempos remotos, de que sensación se trata- pues algo parecido, son los culebreos escalosfriantes que experimento al entrar en esa clase de librerías. Lo he sentido en distintas regiones, recuerdo aquella vez que hice escala aérea en Sao Paulo, yo había habitado una temporada mágica por esas tierras, lo cierto es que en dicha escala que como destino tenia Lisboa, salí disparado a un encuentro que colgaba en mi memoria con profunda nostalgia, fue uno de estos lugares que por allá toman el nombre de Sebos me gusta cuando algunas palabras no tiene traducción a tu idioma y más aún cuando las palabras no dicen nada a extranjeros descarriados; nada o tanto que uno termina inventado sus significados, pues yo tenia el mió, un sebo preferido, un sebo que para mi significaba el sebo al mas puro estilo de carnada, el lugar tomaba el nombre de o sebo da rua libertade donde encontré los mejores títulos o mejor dicho las mas raras obras, desconocidas por donde las veas, carentes de popularidad, vetustas y hasta únicas ediciones por más de tres o cuatro décadas, ya que nadie se atrevió a llevárselas. Aquel sebo no podía ser de otra forma, techos altos, y paredes enchapadas en madera, aparentemente de algarrobo pulido y barnizado; o sebo tenia una cafetería al final del pasillo menos atractivo, como para desembocar directamente en la taza de café, sin opción a distraerse; naturalmente yo me había percatado de tal lógica, así es que terminé rápidamente con un café en las manos, es preciso anotar que el café provenía de la región de Espirito Santo, lo subrayó con un gesto tan especial el hombre que lo sirvió, que no podría defraudarlo; entonces cuando regresaba a mi pesquisa pensé que aquel sebo y su pasillo, o cometía un error la lógica del desprovisto o algo grandioso me esperaba en los estantes de ese pasadizo.
Fue así que encontré la totalidad de libros con que cuenta mi biblioteca, su hallazgo fue sorprendente, que solo al cabo de muchos años pude explicarme; creo que su encuentro tiene que ver con algo fantasmal, es como si dos seres llegaran al punto de tan extrema coincidencia que sus poros desaparecen, enlazados por una identidad nebulosa que los confunde, y ahí sentado con esa taza de café que expiraba vapor danzante, en seria faena de mezclarse con el aire, de desvanecerse, como yo lo venia haciendo cuando empecé a leer lentamente sus frágiles hojas, oliendo su sabor, escuchando su contacto y cuando no entendía lo que decía, pasaba mis dedos mansamente por su fina imprenta y algunas veces lograba sentir las curvas de sus letras.
No logro recordar tantos pasajes vividos en aquel lugar, lo cierto es que perdí el vuelo, no llegué a Lisboa después de muchos años; nunca tuve la obligación de llegar a Lisboa, pero si a Porto, que fue ahí donde probablemente nació la melancolía, melancolía que fue el inicio, sin saberlo, de aquella primera lectura y la razón de pasear y danzar por aquel viejo lugar, o sebo da rua libertade.