jueves, 28 de mayo de 2009

Nunca te cortes el pelo en luna menguante

Hay un desierto; recuerdo un bosque, el mar y el sol en mí. La mañana de mayo un rayo de luna partió los cristales de mi habitación, fue entonces cuando supe en lo que me había convertido: un suspiro de mar, un desierto caleidoscópico, lentes de sol, pantalones de bosque; supe también de mi otra orilla, de su mirada resplandor, de su armonía labial, supe de su desorden travieso, fue su profundidad por la que me aprendí tanto, que ya no se ni contar con la punta de los dedos.
Esa misma noche, fue también que me escabullí por la ventana de mi habitación, sin reparar en su quinto piso sin ascensor, llegué hasta Hadunover, la tierra de las cerezas, y llegué tambien al hospital central con trece fracturas, una estrepitosa factura y mi precaria esperanza de vida; que les puedo decir sino que sobreviví, y aunque no sea lo mas importante el quebranto de mis huesos y la ruina en que caí; sin embargo esa caida libre fue el pretexto perfecto que permitió encontrarme con esta historia, depositado en aquel resquicio de espacio bidimensional. Pero a que me refiero con esto, a que Hadunover esta hecha en dos dimensiones, hoy tan solo les hablaré de su anchura, ósea esa primera dimensión, la que trata de los recuerdos y todo lo que implica verse de lejos, básicamente la representación de ellos en un espacio mágico, o lo que un día cualquiera y de buen humor melancólico decides contarle a las estrellas.

La Anchura de los bosques
Las plantas de mis pies no echaban raíces ni en la tierra mas fértil, se veían y presumían durísimos sobre todo en los extremos, dado el color amarillento eran el mejor sello para un pasaporte de marino mercante. Enormes caminatas sin conciencia, sin prisa, ni aquella que te indica cruzar fronteras por contar más países, en ese sazonar para comerte al mundo que lo podías hacer entre sabanas o a lomo de mula en un terreno frondoso o árido una temporada entera; y al regreso en un circulo de mate y concentrica hoguera lo que hacia era narrarte navegando por cielo y mar, encima de una jirafa africana, blandiendo una espada quijotesca, y aunque no fuera conciente luchando, siempre luchando asi sea desorientadamente.
Los años se pasaron y vas descubriendo mas barba, que se confunde con tu bello pubico, ciudades futuras, mundos entreabiertos, todos extremos bidimensionales, todos oriente y otras occidente; ahí more en apaciguante anchura y vertiginosa altura; pero de esa altura no hablaré, solo cuando sea pájaro, esa segunda dimensión desconocida; donde te veo corriendo a través de océanos y pienso que eso, aún no esta en mi.

jueves, 14 de mayo de 2009

Funcionarios manzanas

Es necesario que les cuente donde vivo, y es que es un barrio tranquilo y sobre todo barato, las manzanas me cuestan a mitad de precio y cuando voy comprándolas me da tiempo para ir comiendo una tras otra; por supuesto no entran en el precio; converso mucho con los vendedores de frutas, son mas amables que los funcionarios del tren.
¿Qué donde vivo? en la última estación al sur de Madrid, con poco dinero, siempre manzanas y el tiempo entero para treparme al sur, hacia el norte infinito.
Si digo que me acostumbré a la forma otoñal de la última estación en que vivo, no es por lo gris, es mas bien el recuerdo de un tiempo exacto, uno inexistente; donde lo único real fueron dos estaciones; esa y la del tren. Así es que voy de otoño dejando caer retazos amarillos de árboles añejos en un tiempo pretérito.
De esta forma y tantas dormí al extremo, desperté al otro o viceversa, perdí el norte y otras el sur; lo cierto es que lo irreal lo soñé en un tren; una noche que de tantas idas y vueltas, confundes inicios y llegadas, cuando a lo lejos tu nombre alega el mío y lo demás quizás fue mentira, pero de vez en vez me pierdo en sus vagones, sin manzanas y con funcionarios furiosos