jueves, 30 de julio de 2009

Y ese pasado quizás un futuro

I

Es este presente que me adormece, me confunde como un demente. Sigo mis pasos transversos que me arrastran hacia las entrañas de un Madrid inapetente, y sigo y repico y me canso y me duermo con esa duda infinita.
Y vuelvo entre antiguas promesas y tropiezo con mi desprendimiento y que quieres que te diga… que prefiero estar por siempre en esa incomunicación imperfecta.
II
No se hasta cuando, pero esa corrala diversa sigue siendo aquel lugar que a falta de reparar mis alas maltrechas y emprender futuros; me brinda algo de tranquilidad. Y pensar que cualquier tarde de agosto, aún puedo aplastar su asfalto diverso y en ese caminar por barrio y medio, tan gris y pintoresco me mezclo entre rostros rojizos, cobrizos y negros matices hasta que consigo internarme a un espacio Lavapies a cabeza, de cuerpo entero.
Es entonces cuando desde alguna parte del paleolítico eres lanzada desde lo alto de esa fe pérdida. Te veo en todas partes, ahora te conviertes en tantas, normalmente en la más lejana, que tan solo vasta que cualquier mujer lleve algún violeta de prenda o un rosado de corbata, para que vaya a tu encuentro; y en esa lejanía rebusco tu mirada, apresuro mi paso y cuando más me acerco, más te desconozco; no estas, no eres y te deseo; entonces giro mi cabeza para cruzar en ámbar; eres la siguiente mujer que encuentra esta perdida mirada, ese espejismo que te ve hasta en los anuncios de la tele, ahora vistes de pantalones cortos y un torcido hierro cruza y oxcida tu nariz, y voy tras de ti, aunque seas de mentira, emprendo siempre ese camino en dirección contraria a la realidad de carne y hueso, en dirección a esa misma intención profunda… y así sucesivamente hasta que llega la noche, y no distingo colores, ni narices, entonces es tu voz que llama mi nombre y me enreda como en un torbellino que marea y sueña. Tu voz que llama, mil voces que enmarañan y para entonces en un pasado y futuro, seguro que tú ya te habrás ido.

III
Quien encontrará éste mi rastro que anduvo por lugar tan extraño; de objetos pesados de aromas confusos, de una ancha cama y un techo en las narices.
Que hago acá sino perderme en un suspiro infinito;
que hago acá sino cumplir un mandato acaso infernal, acaso divino,
que hago acá si no tengo a donde ir…

IV
Ya sabes, no soy James Dean, ni un poeta, ni un politólogo, ni acaso un triste escribidor de un blog malparido.
Si soy, seguro que soy ese pelo enredado que se despierta presuroso para llegar a una cita acabada;
si soy te lo aseguro un incomodo silencio que acompaña tu alma florida;
si soy por supuesto que lo soy un hablador que finge temas no aprendidos;
si soy te lo juro que soy ese desastre completo, torpe persistente que no puede con manuales y se enreda con electrodomésticos;
pero por encima de todo soy ese pequeño cuerpecito que te busca presuroso, que atañe aunque sea por un instante, esa parte tan tuya de nombre inmensidad.

V
Y quizás nunca vi tu mundo, ni lei aquel cuento que narraba un navegar profundo, no me enteré de tu infinito pero aún sigo soñando encontrar esa tu orilla y esa palabra que quizás nunca oiré.