lunes, 31 de agosto de 2009

Asesino mia sombra

Son los tiempos de reposo los idóneos para el recuerdo, estos son mis días de reposo. Es verdad que mi apariencia confundiría a cualquiera, siempre tengo un gesto amable hacia las personas que se dirigen a mí, aún a quienes dedican un par de segundos en mi mirada, mis formas y modales invitan a una confianza perpetua; sin embargo hasta hace no mucho fui un asesino, sí fui. Esto no tendría que ser ningún problema para un asesino, simplemente sería un asesino de educación refinada, más si lo es para esta nueva sombra que pretendo ser.
Es verdad que la mayor parte de mi vida, viví de puntillas, iba del trabajo a casa y mil veces viceversa, todo sin mayor sobresalto; no sé si lo hice a sabiendas, fuera esto casualidad o quizás genética, pero nunca llamé la atención más allá de lo que me propusiera, hasta cierto punto controlaba cada palabra y mis retiradas eran de las más inadvertidas, vivía en un silencio constante, silencio que muy lejos de incomodar, me devolvía una enorme paz extraviada.
Por aquellos días también recuerdo que lo único que pudo levantar sospechas fue un comentario a una amiga de trabajo. Regresábamos por una línea interminable de faroles y mi sombra proyectada era la de un tipo distinto a mí, de pronto tuve la sensación que esa misma sombra se desprendía y se lanzaba al autopista; eso me causo una enorme inquietud y entonces le dije que presentía un día cercano en que ya no regresaría más al trabajo, ella respondió que eso lo había oído tantas veces al comienzo, al medio y como ahora al regreso de la jornada, que ya le tenía sin cuidado; pues entonces le dije que lo mío era distinto, puesto que a diferencia de esa típica frasecita fabricada, yo tenía un plan y algo mas al respecto.
Esa noche al volver a casa e introducir mi primer paso en ella, tuve la sensación de entrar en un túnel, sin luz al final y absolutamente nada de por medio, nunca sentí tanta oscuridad perfecta; saqué algunas notas y con una lucidez bárbara mi plan comenzó a tomar forma.
La mañana siguiente no fui a trabajar, encendí mi vieja radio que a esa hora dejaba sonar melodías de Soul –jazz creo que era Don Patterson, pero que bien se escuchaba, bajé en seguida, tomé un café en el bar de la esquina, uno treinta encima de la barra; hice una llamada al trabajo les dije que había muerto, no sé si me creyeron, lo cierto es que hasta lloré. Salí de aquel locutorio con una libertad increíble, me aproximé al quiosco y tomé el diario, que a esa hora de la mañana aún huele a imprenta y tambien a pasado, saludé a un par de personas desconocidas, siempre con ese gesto amable, ellas hicieron lo propio, y así con miles de pensamientos que transitaban por mi urbe terminé entre el edificio Ricoleto Star y el puente Maravillas, lentamente y con firme convicción saque el papelillo, lo repasé varias veces, y sumamente concentrado empecé la labor. Desde aquí logro ver esa tormenta incesante entre un planeta y otro, es más divertido que padecerla, se los digo porque hasta hace no mucho he estado allí; a veces tengo que lidiar con un breve chubasco, sin ruido y sin nada objetable, créanme pero es mucho más placentero no tener sombra y dejar ese hueco que se va cerrando con el furtivo pasar del tiempo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tramontana se desata sobre mi bahía

Lejos del tiempo, allá al sur soñé una noche de invierno, ese que congela tus creaciones oníricas, que te rodea de témpanos parlantes, y en un viento perpetuo deja brotar realidades. Allá lejos, alguna de esas noches frías hizo su aparición la tramontana, y desperté con su turbulencia; hasta que un tiempo después, mucho tiempo después supiera de ese terrible viento, de su verdad que explota contra los acantilados catalanes y de su esplendor que se empotrara en mi alma.
De tan ensimismados nos desplomamos inadvertidamente por uno de esos tantos abismos, sin caer (aún) a esa piedra maciza y acuchillante, de piel tan bizarra; disfrutando de su aire fresco descendíamos lentamente a regazo desconocido; por aquella temporada la muchacha de esplendidos andares, se desprendía del solido macizo a mi lado; la sibilina de las estepas danzaba a veces agarrada a mis muñecas otras yo prendido entre sus piernas y así como nos hundíamos, recogíamos guijarros como las luciérnagas recogen estrellas; envueltos en ese soplo infernal, caíamos en giros incesantes, unas veces vertical y otras de patas arriba, caiamos sin imaginar donde, ni cuando nos detendriamos, cubiertos hacia el olvido en estrepitosa tramontana y de tanto guijarro nos sentíamos abrumados que regalábamos a todo habitante del pueblo donde éramos arrastrados: siete chinarros, mar de cristal y una canción alborotada.
Todo esto y mil intentos por contar, transcribir, decir, traducir mi pasado... todo esto hasta despertar en una cama espiral.
Hay algo enloquecedoramente atractivo en lo intraducible, líneas antes fue solo un burdo intento de palabras que se vuelve silencio en el transito. Confío en ese silencio para guardar lo indecible.
Cuando me despierto reiteradas veces con la garganta clavada en el pecho, pienso que quiero traducir la sensación a tus nervios, y callo, profundamente callo, y triste me rescato: ¡claro que el silencio es propio del lenguaje!, sin embargo tus inexistentes preguntas no se responderían con un sí o con un no; pues esos monosílabos no permiten que una palabra se impida a si misma. Y respondo en silencio que otra cosa es el lenguaje más que un gigantesco y cacofónico exceso de nuestra incomprensión.
Quien quiere elegir entre el caos y la capacidad de nombrar, como si no hubiera un tercer lugar para ser; se cree erróneamente que si algo carece de nombre es porque aún no existe, pero tan solo el intento de traducir, quizás sea esa tercera opción del ser, en presencia de una palabra que se impide así misma, en ese silencio que entume nuestros cuerpos porque muchas veces no podemos, ni traducir lo que sentimos. Pensar en la posibilidad de encontrar ese silencio me reconforta; pensar en su posición, en como comparte sus capas de nada y de tanto, pensar en su movimiento, en que nunca dejara de moverse porque yo me muevo con él, pensar en su tono de voz , pensar en su sombra, pensar que estas palabras que delatan mis silencios son una suerte de dulce composición incomprensible como aquel viento de la tramontana que otra vez se desata en mi bahía.