miércoles, 30 de setiembre de 2009

Minort

Entonces despierto en madrugada, aquella escena ronda ya unas semanas, hoy tan solo he intentado empezar con el relato, no logro soportar esos días y ya casi ni los años porque al instante seguido recuerdo el motivo de mi despierto: Ausencia.

martes, 22 de setiembre de 2009

Florence, Frank y la mula mugrienta

No recuerdo donde los vi por última vez, esto no tiene que ver con la lejanía, no es mi memoria, no son los narcóticos, es mi vida entera; esa última vez casi se escapa de mi memoria, solo hizo falta algunos minutos para que esa masa gris que teje mis recuerdos, hilvane un cruel olvido. Tampoco recuerdo a quien esperaba, probablemente a nadie, pero la primera vez que los vi, ese primer encuentro subyace en esa profundidad que agitó mi destino.
Ahí sentado en esa cuneta, observaba a la gente de mi ciudad, sin novedad más que las faldas que se empezaban ya a recortar, sin interés más que esas dos piernas que se empezaban a alargar; entonces llegaron en una especie de carroza tirada por una mula tan mugrienta como ellos, y ahí estaban; él de pelo ondulante y larga cabellera, su tupida barba coloreaba un plomizo anochecer, y ella, genuino animal de pelo dorado que se alzaba en dos patas lanzando un gruñido aterrador; así empezó la función entre una gran tormenta, por supuesto que la mayoría de transeúntes huyeron despavoridos; maravillado junto a unos seis niños observaba como ese animal de cabellera ondulante daba vueltas alrededor de una hermosa osa pardo; unos días después no solo eran los niños, casi todo el pueblo concurría al espectáculo, el hombre tocaba el acordeón, ella bailaba, los dos cantaban y yo al final me quedaba a hacer muchas preguntas, Florence nunca respondió la pregunta más importante, pero que importa eso, a estas alturas.
No sé culpe a la belleza por mi desatino, mi debilidad siempre se doblego ante ella, que les puedo decir en mi defensa, era joven y una locomotora corría en mis venas, a veces pienso que podría haber hecho sino huir con esa compañía, oler los prados, transpirar los miedos, perderme en senderos que me depositen en un mar de respuestas y al cabo de una pregunta hundirme en mis lagunas; lo otro, lo otro hubiera sido anodina rutina, quizás heredar la habitación de mi madre y sus pertenencias, trabajar en el almacén de Casimiro y con mucha suerte embarazar a su hija menos agraciada.
Ser anónimo con una noble rareza era suficiente para que una mañana del año 63, cuando el rock and roll empezaba a amanecer tomara mis pocas cosas y emprendiera un viaje que no tardé mucho en predecir: sus razones, su incertidumbre, sus paisajes y colores; sin embargo insistí mucho en mentirme y cada mañana me preguntaba donde iría a parar o que nuevo encuentro sería capaz de desmemoriarme: todos y ninguno. Poco tiempo después Florence enfermo, los espectáculos nunca fueron los mismos, como iban hacerlos, si yo huí, fue porque en las noches cuando era joven imaginaba pasear por las calles con Florence, Lima, New York, Londres o cualquier charco enfrascado pero siempre con Florence de manera y forma más natural, sin cuerdas ni bozales ni nada que perturbe su bello andar, imaginaba que la gente se volteaba como olas sucesivas a admirar la belleza de Florence y que tremendamente feliz era. Pues Florence enfermo gravemente y con ella vino mi desgracia, tuve que sacrificarla con dos tiros en la sien; entre noches de bares y alcohol interminable tardamos dos años en improvisar algún nuevo número con Paul, la mula mugrienta, a pesar de su aguda apreciación estética nada volvería a ser lo mismo.
Terminamos en esas enormes ciudades que nunca pudimos visitar con Florence; Frank no lo soportó y una noche me pidió entre un llanto insoslayable que haga lo propio que años atrás decidimos hacer con Florence, esta vez solo fue un tiro. Como podrán imaginar después de tantos avatares ninguna circunstancia me aflige, excepto una. Hay noches que me quedo dormido en una lucha constate por no hacerlo, esas noches en el lugar que fuese de mi gitana existencia, Florence y Frank vienen por mí en una carroza a toda marcha, una carroza colorida de donde parece emanar melodías de acordeón, viene con velocidad vertiginosa y antes de darme cuenta aparezco yo, que no soy yo, sino la mula mugrienta.