viernes, 8 de enero de 2010

De peces hierbas e insectos amarillos

Nos bañábamos en aquél aguerrido invierno, el agua caliente surgía de una enorme piedra flor, que se rociaba lentamente por nuestros cuerpos líquidos. Al fijar ese mirar, al fondo en el horizonte de mi izquierda; era el mar y su infinita existencia... un mar de estación gris, triste como una zapatilla envejecida. Al otro lado el más fino y rojizo verdor nos suspendía en su regazo y en medio un rio serpiente ruidoso conversaba con toda especie de hierbas peces e insectos amarillos. Ahí en lo más alto éramos esa clase extinta de los manuales comunistas.

Más tarde una bicicleta celeste de siete ruedas… un reloj en forma de radio con las manecillas de orquídeas violetas… un café confuso de teína… bailando por nuestra habitación, imaginando una ventana que nos pretendiese presentar, allá afuera, un sol rojizo y rodante por su cielo cóncavo y desértico. A todo eso, ya en la ciudad, nos negabamos a verlo amanecer, preferiamos su dulce atardecer y a veces sorprenderlo en esa evolución lunar que tanto nos gustaba contemplar.

Así supimos de nuestra misión (ninguna en especifico, toda en realidad) fuimos tras su rostro de angelón bizantino, sin ninguna notificación, ni anuncio en el periódico; supimos que se trataba del treinta de febrero. El nos esperaría en la orilla de un amanecer, así que alarmamos a todos los relojes de la ciudad. Ese día nos enamoramos del susurro de la aurora del llegar lánguido de las olas. Embarcamos en el transoceánico, listos para volar, dispuestos a ir pescando durante la travesía aventuras de peces hierbas e insectos amarillos que ofrece la mar.