miércoles, 30 de junio de 2010

Prehistórica

Un lenguaje detrás del mio,
invisible,
intocable.
Otro lenguaje, cutáneo como su lengua rozando tus labios,
más visible,
menos intocable.
Ese lenguaje que no existe en sus confusiones,
ni en tus conclusiones.
Deconstruir un silencio,
tan inmenso detrás de cada palabra, de cada movimiento, de todo lenguaje.
Un silencio sin vacío,
que no abrume,
que no calle,
pero que estruje.

Ese silencio,
un lenguaje del que no sirve hablar.

miércoles, 16 de junio de 2010

Y durmió el inquisidor

I

Recuerdo haberme despertado bajo esa sombra tenue, de noches encendidas y otras incomprendidas, desencajando en los días como 24 horas subversivas. Si adentrarme al recorrido del sinsentido era mi existencia; lo admito, sólo quería lanzarme de la torre más alta.

Con el tiempo preferí las preguntas absurdas sin opción a respuestas, por adolecer de una lejana intuición que tiene que ver con la premura a dormir en esa caja estrecha, sin preocuparse por encontrar esencias. No huía de las tarjetas de crédito, si de los tiquetes de vuelta, tampoco de alguna multa de la policía municipal, si de las compañías inútiles. Fue así entonces como dormí al inquisidor.

II

-¿Para qué sirve la realidad?

- Imagina la luna en la palma de tus manos.

- ¿Cómo podemos obtener, recibir, intercambiar sin dar?

- Sueña tu futuro en un velero espacial.

-¿Hasta cuando tengo licencia para destripar?

- Bing- bang- buumm...y durmió el inquisidor.

III

Para aquél espacio en que las canciones se detienen y la desfiguración de la luna y el velero nos alejan de éste juego, inventé un ser de nariz truculenta; que es sostenido por unas gafas gruesas que agravan su presbicia y unos aparatos que corrigen su dislocada sonrisa. Este ser al mínimo asomo al mundo sin canciones ni lunas y veleros, no hace más que perseguirme golpeándose torpemente con todo lo que se le atraviesa; este ser espantoso es como yo, sin aparentar su rudimentaria sensatez. Es entonces una noche perfecta para huir.

Ya cuando me aseguró de dormir al inquisidor es cuando me convierto en un viajero espacial. Navego por estrechos mundos y sobrevuelo anchos mares, nunca me detengo lo innecesario sin saber lo inevitable de todo encuentro. Sin embargo aún habitan más molestias, se cuenta de la crisis financiera por ejemplo, o del dinero que hay que intercambiar por hambre, en ese espiral infinito de dinero por enfermedad, por injusticia, por exito y al más allá; es decir dinero por más y más problemas de esos que trastocan los gestos y hierven la sangre. Para esa parte de la irrealidad cruda, no había opción distinta al valor compra/venta y como los problemas me valían mucho dinero, no tuve más opción que convertirme en un asceta con suerte, además de viajero espacial, navegante de mundos estrechos y bla bla blá . Al principio lo imaginé como una verdadera solución. Una tarde cualquiera caminaría por un barrio marginal y al mismo instante que saludaba a un vagabundo (posible navegante de anchos mares destinado a morir de sed) en ese mismo instante una chistera mágica se encontraba con mi zapato izquierdo, la recogía y ya en casa, me imprimía un billete de máximo valor por día, según la divisa en que me encuentre. Entonces estaba por New York, Pekín, Berlín, Tokio, Londres imprimía los billetes y me iba pal’ sur… El sur ese imaginario tan ireal.

Pero la dichosa crisis no lo permitió, una tarde cuando tomé el vuelo 69 rumbo a otras tierras una nube gris y ponzoñosa me detuvo por muchos años; aquél maletín lleno de divisas mundiales no me servía para nada, tuve que alimentarme de cenizas y agua condensada hasta que por fin la nube se esfumo.

Desperté lejos de casa, con esas gafas gruesas y esa personalidad espantosa, desperté con toda clase de respuestas sensatas, desperté como aquél vagabundo de la chistera y de esta manera fue como desperté al inquisidor.