viernes, 26 de noviembre de 2010

El viaje a la semilla

Había que emprender el viaje a la semilla. Como el viejo Marcial decía: toda regresión es en parte una demolición. Y había tanto por demoler…

Transitar por el origen nunca será fácil; no se trata tan solo de estar, ni merodear por nuevas tierras o confundirte con un turista; a eso le podríamos llamar divagar. Viajar a la semilla, es despertar en la otra orilla, sin saber de auroras o crepúsculos; es perderse por ese trópico nebuloso. Lo realmente maravilloso de aquel viaje es adentrarse en tu piel, recorrer por tus venas, verdores infinitos que a la tarde encienden en rojizos atardeceres. Saber que cada kilometro es descubrir esa parte olvidada de tu realidad infinita.

Entonces los autobuses de Managua siempre se descubren repletos, parece ser una carencia de aquel aparato que los engendra. Las viajas latas alargadas con ruedas y destartaladas son el escenario en que cada mañana doy transito por la ciudad. Una ciudad extraña, dos terremotos cada cuarenta años es para que coexistan más de dos realidades. Lo digo porque con treinta nueve años doy referencia de calles y avenidas que existieron antes del terremoto y cada vez que alguien me pregunta si voy para donde fue el otro centro de la ciudad… vuelvo a pensar en lo extraño en que transita esta ciudad.

La llegada a la terminal de mi ruta, me permite fumar un cigarrillo y en lo alto de Managua poder sorprenderme como una nube verde oculta a tan grande urbe. Parece que Managua no existiera. Entonces mi conciencia color hollín del petróleo que me obligan a quemar, se aligera por lo arboles que aún dejan respirar.

Los diez minutos han pasado. Trepo a esa suerte de lata cafetera, humeante y alocada con la que transito esta ciudad y vuelvo a recorrer sus calles de cartón y avenidas de imitación, siempre al ritmo de melodías igual de destartaladas. Me da la impresión que en Managua no suceden los éxitos musicales del momento, el momento acá es un sube y baja de pasajeros, soy yo el que escucha esas canciones de Camilo Sesto que me vuelven a una vida pasada, que convive con mi rutina de chofer, que a la vez convive con direcciones irreales y que subiendo a la montaña dan fe de una ciudad al pie de la laguna que quizás no exista.