martes, 19 de abril de 2011

Premonición



Fue mucho tiempo antes de abrir aquel sobre de manila.


La dureza con que me relató la desaparición de su hijo, se iba transformando en el dolor de mi madre, cuando a media noche se levanto con una extraña premonición:


Tu entrabas- me decía- en la mitad de mis sueños, yo te esperaba dormida en el suelo, solidarizándome con ese mi presentimiento de hallarte completamente desprotegido en alguna parte de este horroroso país, solo, tiritando de frio y con casi nada en el estomago. Entonces, tu empujabas la puerta con violencia y nuestras miradas se encontraban en la oscuridad de la noche, como dos enormes luciérnagas.


Y me hallé lleno de tierra y roído, de zapatos deshilachados, pelo crecido y arbustos colgando de mis harapos, recuerdo que al tirar de la puerta tú ya me besabas como si fuera tan fácil atrapar la felicidad. A esa rebosante alegría yo le respondía con un párate, que haces en el suelo, después te quejas de tus riñones. Fue desde ese momento en que ambos supimos que me había muerto.


Sin embargo podemos tener un presentimiento, una extraña inquietud que conforme va pasando el día se diluye en una realidad certera, quizás cotidiana o quizás no. Esa mañana, para nosotros, poco tuvo que ver con la cotidianidad, aunque por muy dentro lo supiésemos nuestros actos guardaban un cierto timo que nos negábamos a reconocer. Tu cuartada iba por los caminos de la esperanza, la peor de las angustias y la mía peor aún, era joven y nunca iba a morir.


Entonces salí en bicicleta, la muerte siempre llega en bicicleta me dijo un anciano de guitarra a la espalda que montado en una de ellas se alejaba de las farras y que terminó hecho un adefesio al colisionar con un camión. Yo al contrario fui detenido por un batallón del ejército, obligado a identificarme, agredido y humillado, supuestamente militante de un grupo guerrillero.


Estuve dieciséis días en cautiverio, lleno de fango y muerto de hambre hasta que una noche poco después de aquel encuentro de miradas clandestinas con mi madre, un tiro de gracia me hundió en el recuerdo. Me incineraron y sepultaron en una cloaca, un año después deje de existir para la mitad de mi gente y llevo nueve años desaparecido, solo existo para la esperanza de mi madre.


Recuerdo que una tarde paseabas de forma casual por estos montes desérticos. Esa tarde caminaste tanto y de no hallarme te quedaste sentada en una roca, en el mismo lugar donde me habían sepultado, yo quise unir mis cenizas y despertar en tu mirada para que ya no duermas en el suelo. No ocurrió eso. Sin embargo ayer llego a casa un sobre de manila, dentro de él un bosquejo de estos áridos montes donde me quemo y los nombres de mis asesinos.


Siento que te queda mucho trabajo, tocar puertas y llorar en las entrevistas pero sé que es la única forma de que duermas un poco más tranquila.