miércoles, 19 de agosto de 2009

Tramontana se desata sobre mi bahía

Lejos del tiempo, allá al sur soñé una noche de invierno, ese que congela tus creaciones oníricas, que te rodea de témpanos parlantes, y en un viento perpetuo deja brotar realidades. Allá lejos, alguna de esas noches frías hizo su aparición la tramontana, y desperté con su turbulencia; hasta que un tiempo después, mucho tiempo después supiera de ese terrible viento, de su verdad que explota contra los acantilados catalanes y de su esplendor que se empotrara en mi alma.
De tan ensimismados nos desplomamos inadvertidamente por uno de esos tantos abismos, sin caer (aún) a esa piedra maciza y acuchillante, de piel tan bizarra; disfrutando de su aire fresco descendíamos lentamente a regazo desconocido; por aquella temporada la muchacha de esplendidos andares, se desprendía del solido macizo a mi lado; la sibilina de las estepas danzaba a veces agarrada a mis muñecas otras yo prendido entre sus piernas y así como nos hundíamos, recogíamos guijarros como las luciérnagas recogen estrellas; envueltos en ese soplo infernal, caíamos en giros incesantes, unas veces vertical y otras de patas arriba, caiamos sin imaginar donde, ni cuando nos detendriamos, cubiertos hacia el olvido en estrepitosa tramontana y de tanto guijarro nos sentíamos abrumados que regalábamos a todo habitante del pueblo donde éramos arrastrados: siete chinarros, mar de cristal y una canción alborotada.
Todo esto y mil intentos por contar, transcribir, decir, traducir mi pasado... todo esto hasta despertar en una cama espiral.
Hay algo enloquecedoramente atractivo en lo intraducible, líneas antes fue solo un burdo intento de palabras que se vuelve silencio en el transito. Confío en ese silencio para guardar lo indecible.
Cuando me despierto reiteradas veces con la garganta clavada en el pecho, pienso que quiero traducir la sensación a tus nervios, y callo, profundamente callo, y triste me rescato: ¡claro que el silencio es propio del lenguaje!, sin embargo tus inexistentes preguntas no se responderían con un sí o con un no; pues esos monosílabos no permiten que una palabra se impida a si misma. Y respondo en silencio que otra cosa es el lenguaje más que un gigantesco y cacofónico exceso de nuestra incomprensión.
Quien quiere elegir entre el caos y la capacidad de nombrar, como si no hubiera un tercer lugar para ser; se cree erróneamente que si algo carece de nombre es porque aún no existe, pero tan solo el intento de traducir, quizás sea esa tercera opción del ser, en presencia de una palabra que se impide así misma, en ese silencio que entume nuestros cuerpos porque muchas veces no podemos, ni traducir lo que sentimos. Pensar en la posibilidad de encontrar ese silencio me reconforta; pensar en su posición, en como comparte sus capas de nada y de tanto, pensar en su movimiento, en que nunca dejara de moverse porque yo me muevo con él, pensar en su tono de voz , pensar en su sombra, pensar que estas palabras que delatan mis silencios son una suerte de dulce composición incomprensible como aquel viento de la tramontana que otra vez se desata en mi bahía.