martes, 29 de diciembre de 2009

Ese pequeño mal, más allá de las contingencias

Paco era un infeliz, lo sabía su madre “… y no habrá peor sentimiento en un infeliz que la lastima de tu puta madre”- me lo dijo una noche de embriaguez absoluta, sosteniendo el pico de una botella rota, mientras yo intentaba rescatar su perdida tranquilidad. Quizás el balazo que meses después se incrustara en la mitad del craneo tenga que ver con el dedo índice de su madre.
Lo conocí en un bar flamenco, tocaba la guitarra completamente obnubilado, en seguida uno se respondía acerca de su atuendo; una camisa percudida de suciedad y en la parte del cuello se envolvía un lazo rojo que pretendía remedar una corbata. Al terminar su interpretación, se acomodaba en un rincón de la barra, era casi imperceptible si no fuese que el bar donde tocaba estaba llena de gente escandalosa; fue por eso que me llamo la atención. Ese mismo día que lo vi por vez primera, me acerqué para reconocer esa pasión con la que se entregaba a su guitarra flamenca. No hizo falta hacerlo porque a las dos primeras frases el me interrumpía bruscamente: “si una cerveza te vale podemos ir a mi habitación en este instante" me dijo.
No quise entrar en malos entendidos y le reventé mi puño contra su inmensa nariz, un par de horas después sentados en la cuneta, al frente de aquél bar nos estrechábamos la mano respetuosamente.
Desde pequeño tuve curiosidad por las vidas marginales, maldecía mi suerte por tener una familia “normal”, porque mi padre me cambie de pañales y mi madre me limpie los mocos o me espere con la comida caliente. No los quería muertos pero sí bastante lejos; pero ya saben, todo esto de los gustarias es como la religión, un estado perpetuo de insatisfacción para unas oraciones calientes de esperanza; algo así como ganarse el premio gordo sin comprar la lotería. Sin embargo para Paco fue razón suficiente para llamarse infeliz, no porque no tuvo una madre como la mía, sino porque odiaba a las madres como la suya, para alguien que sabe algo de emociones, le parecerá absurdo detestar a su madre, pero aquella tarde de invierno raso, plomizo como el purgatorio, camino al bar supe algo más del sentimiento de madre.
Conocí a Paquita en el mismo bar que a su hijo, era una mujer bellísima no aparentaba ser madre de nadie, cabello azabache y traje almidonado; se deslizaba con abrumadora elegancia por aquél tablón flamenco. Nunca imaginé que fuese la madre de Paco, mas él seguro cargaba con tal certeza; supe también que nunca coincidían en aquel bar, ni que tampoco los habían visto juntos; supe además del odio que le profesaba ella por ser homosexual y él por ser prostituta. Cuando la conocí le pregunté por Paco y como él lo hacia, ella también me evadía.
Después de lo de Paco nunca más la vi a ella; a veces pienso que se trataba de la misma persona, a veces pienso que si hundo éste gatillo cerca de mi esofago la mataria a ella.

lunes, 14 de diciembre de 2009

A sangre fria

He sido una especie de mito, un relato religioso, nada claro, palabras confusas, personalidades caducas y esa forma externa: una apariencia lejana, un magnetismo infernal de alguien que realmente existió.
Todos los sábados por la noche he conocido al amor de mi vida y al día siguiente he muerto de mil maneras, aquí adentro, todas mis muertes han sido acá dentro. Recuerdo una de ellas, esa noche de invierno, de vientos confusos, salía de un atraco, era con ese dinero que compraría un televisor para ver el mundial de fútbol, pero nada de eso ocurrió. Solo me alcanzó para dos botellas de vodka, era mucho dinero y ese vodka de la peor calidad: cinco balazos a quema ropa y un tiro de gracia ¡malditas putas de hijo! A pesar de que anuncian su llegada, nunca sé el momento exacto en que están al frente mío y ya es muy tarde cuando me repasan como una aplanadora, quien puede saberlo, si acá todos terminan traicionándote, vivo con el enemigo dentro.
No es que lleve mi desdicha cosida en la espalda, no es que me gusten los días nublados, me da igual si soleados o lluviosos, pero tengo un agujero en el alma y eso no se cura con vodka y te pierdes con anfetaminas.
Sinceramente, no puedo con tantos y cargo con sus muertes de esos pocos, ¿será porque entierro sus cadáveres en el patio infeccioso, también de dentro?, ¿Por qué todo tiene que estar dentro?, como las culpas que deberían estar fuera y tener una fecha de caducidad y hoy no es sábado pero debería conocer al amor de mi vida.
Y si aparece esa mujer le voy decir que tengo un agujero en el pecho, ofrecérselo directamente en rebaja a ver si lo rellena entero.
Y cuando todo esto termine y todo lo mío se derrumbe, un pedazo mío dará con ella y sólo asi quizás exista por vez primera.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Ese animal asustado

Camino hacia mi pasado, he trepado en ese viejo vagón que me llevaría a esa amalgama de recuerdos, simple rutina, nada extraordinario, por lo menos hoy no. He preferido ver a través de la ventana, me gusta verte a través de la ventana, con tu cabeza sostenida por esa lamina transparente, con tu mirada lacónica y extraviada.
Al otro lado de la ventana y en pleno movimiento las personas detenidas en la estación se desprenden, las luces se distorsionan y viajas a través de un túnel como en una interminable caracola que en escasos minutos recorre un ilimitado mundo, jirafas a galope y enormes rinocerontes se transforman en orugas y luciérnagas que anuncian la primera estación, entonces vuelvo al interior y ese otro mundo es desolador escasamente angosto, no cabe mucho a penas una bolsa de mercado con las sardinas a punto de salir y una botella de aceite que deja caer esa gota espesa lista para resbalar.
Cuando viajas en un vagón y no tienes mas salida que continuar, te detienes en los quehaceres de los viajeros, en sus prisas que en diciembre son los de consumir enormes almacenes de colores, no soporto que los almacenes sean de colores deberían ser grises y sus ventanales profúndamente oscuros, al verlas solo encontrarías tu reflejo, un rostro frío y un cuerpo vacío. Deberían embargar tus ropas y una pandilla de muchachos disidentes pintar de negro los ventanales.
A medida que voy imaginando este viaje me pregunto tantas cosas, ¿por qué ya no puedes fumar en los vagones? ¿por qué ya no se sienta ninguna mujer a lado mío con olor a sexo entre la piernas? y así me dejo de tantas especulaciones, ¿por qué nos pasamos la vida en un ir y regresar continuo? ¿y por qué no detengo ya este vagón y me bajo en ninguna estación, en la mitad de la caracola, al final de este túnel?.
Sin embargo han empezado a poner películas de vaqueros en los vagones, los niños corretean por sus pasillos desfundando sus dedos pistolas, sus brazos metralleta; las madres los regañan, casi todas están gordas y embarazadas, la muchacha mas atractiva sueña con ese bebe en su vientre, si tan solo alguien le haría daño.
Ya casi es mi estación, después de unos minutos todo esto habrá desaparecido.

lunes, 30 de noviembre de 2009

La secante se hace infinita

Ya he perdido la cuenta del último mito aniquilado, ya no mujeres rubias ni dulces pezones acariciando mi pecho, muerte a las descripciones anticipadas de su genio y figura; que bese y gima es lo único que necesito, de la misma manera que alguien espera que cumpla con lo propio, pues que me encuentre.
Desde cuando se pierde el entusiasmo por el encuentro ideado, desde cuando busco encontrarme con putas asesinas de la ilusión, de esas que dan por olvido el sueño más real de otra vida, de miradas puras y sabanas de seda.
No es de sexo de lo que te hablo, y lo es al mismo tiempo; porque es cierto que toda especulación a tu alrededor posee varias verdades ocultas, en lo que es el principio y final de algún encuentro.
La idea de volverte a ver esta perdida en alguna parte de mi cerebro, vacío e insensato como un buque naufrago que transporta víveres en costas somalíes. Mis ganas de encontrarte están a la deriva ahogadas en cualquier océano. Puede que durante todo este tiempo haya estado buscando en el lugar equivocado, que las rutas hacia ese tesoro solo hayan servido para pasar apuros, hambrunas y tormentas y asi convencerme que fuiste una triste invención.
Desde entonces no me importa demasiado, solo ser un fiel cumplidor en mis breves acciones, sin ninguna responsabilidad que inculpe mi pereza; importa unos días bien hechos sin palmadas en el hombro, ni reprimendas; importa ese día en que vale todo y después de unos segundos absolutamente nada; algo así como no llegar a una cita y no defraudar a nadie…
No la volví a saber nada de ella, y si me preguntan como me siento les diré que bien, quise decir casi muerto.

martes, 24 de noviembre de 2009

Entre Amparo y Esperanza

Estábamos dentro de la habitación del hotel.
La ciudades tienen mil maneras de atraparnos que no es otra forma que matarnos, pero así como existen esas probabilidades, existe formas de inventarnos, enteros, cóncavos e imperfectos.
Esa habitación entre la calle Amparo y Esperanza era una manera de estar a salvo, no es la formula soñada pero no hubo manera de salir con la misma cara con la que había entrado. Le puedo alegar responsabilidad a ella, que hacia que las ventanas de una habitación sobrepasaran los limites de Madrid, una habitación que flotaba sobre la ciudad entera.
Éramos como la tripulación de una nave espacial rumbo al final del universo, yo corría por la cama y ella bailaba en la terraza, el desayuno eran frambuesas y de postre mariposas, el agua fluía por la bañera y yo mezclada entre ella, acaricia su delicada piel morena; la canción que sonaba decía algo así como somewhere in between the moon and the sea... Entonces mi cara de sol y su sonrisa de media luna configuraban un cuadrante perfecto.
Pasábamos todo el día demasiado arriba y por la noche casi casi abajo, para evitar esa caídas entonces nos embriagábamos, pero no hasta aplastarnos, sino hasta estar de nuevo arriba arriba; la mañana siguiente planeábamos como bajar en esa justa medida que te sostenga a medio metro del frío suelo y ya después cantábamos historias con media taza de té entre los labios.
Nos dicen y repiten que todo esto es riesgoso y nosotros insistimos en no hacerles caso a esos facinerosos, incrédulos, depredadores de ilusión, a nuestros amigos les invitamos a que se busquen una habitación en un locutorio de Lavapiés; pero bueno puede que tengan razón, pero por suerte ella no es la chica rubia despampanante de belleza atónita en busca de un Rolls Royce, y si les digo que la habitación flotaba y el mundo entero volaba lo mejor que podía, deberían saber que las rubias despampanantes son la peor combinación para vivir entre una calle Amparo y Esperanza; en fin no es que insistamos en nuestra pereza como complemento directo a la búsqueda de una vida diferente y ojalá bien trucada, tal vez ni recordemos que pasó después de que la nave aterrice y ella y yo terminemos desintegrados por una pistola de rayos de juguete; pero que poco me importa, lo único que puedo decir es que de todo lo que nunca he tenido ni tendré, ella es lo único que no quiero echar de menos.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Del infinito hasta Lavapiés

Despojarse una mañana de toda su armadura y acaso quedes en ropa interior, también arrancarla.
Desnudos todos somos extranjeros.
Levantarse muy temprano sombrear tus ojos, pintar tus labios, disfrazarte como quieras.
Arropados seguimos siendo extranjeros.
Y luego por la tarde tomarte un té con los marroquíes, comprar un kebap donde el pakistaní, ocho gramos de hachís con el senegales.
Sin banderas todos tendrían nombres,
pero igual seriamos extranjeros.

Vagas por el mundo revuelto, no importa si es en primera clase, con un tiquete de low cost o en una patera africana.
Fotografías al pie de una laguna lunar, de un volcán circular, de una nave nodriza o abrazando a un alienijena. Viajas donde los turcos, donde chilenos y mauritanos, palestinos y , viajas sin cesar con tu tarjeta de crédito, viajes sin importar lo que buscas porque al regreso lo encontrarás en el trastero de casa, viajas simplemente por divagar.
y te asombras,
y te aflijes,
reconoces lo poco que es tuyo y lo tanto que jamás entenderas,
hasta que te cansas,
regresas al patio de tu casa,
te instalas y pronto tienes un jardín y el tiempo pasa...
Entonces como ayer te sientes inmensamente extranjero.

...Insisto desnudos todos, somos aún más extranjeros.

sábado, 3 de octubre de 2009

Mister H y la "io" del narrador

Nadie escoge la noche, las sombras se pliegan a tu conciencia y oscurecen sin tregua; quizás esa triste virtud sea la que anduve buscando.
Cuando H salió de su agujero, nunca pensó que allí regresaría; era cierto que detestaba ese viejo y oscuro edificio, pero se había acostumbrado a su exigua luz que cualquier mañana del calendario podría ser confundida con una danza negra. Quizás por eso su habitación siempre lucio una ventana trazada en la pared derecha, una enorme maleta mal hecha y un bidón de kerosene junto a la puerta. Una noche o tarde, no lo sé, nunca se sabía en ese recoveco, le escuché explicar que se debía a que pronto se iría de tan sucio edificio, no sin antes envolver en llamas su lúgubre habitación. H fue un tipo sin escrúpulos, así es que yo siempre estuve atento a ese día, y cuando le devolvía una de sus tantas novelas o vinilos que cordialmente me prestaba, le preguntaba sobre aquél día, “cuando incendiamos esta pocilga” a lo que él me decía “no desesperes muchacho, ya te darás cuenta en lo mejor de tu sueño”, esa frase me dejaba más intranquilo, yo también moriría.
No podía explicarme a que se debía su amenaza, teníamos una relación más que de simples vecinos, H me prestaba sus libros y vinilos, mientras que yo escuchaba una magnífica perorata, tan deslumbrante que me quedaba sin preguntas. Entonces me iba a mi habitación y más tarde miles de interrogantes transitaban en mi cabeza, H era un tipo misterioso del cual no había que fiarse, esto lo notaba porque en medio de sus discursos a suerte de prácticos ejemplos contaba anécdotas espeluznantes. Aquella vez que me prestó Rayuela me contó que a él le encantaba ese juego, no más que el punto de llegada no era el cielo sino el infierno y cuando estaba allí los niños con los que jugaba misteriosamente desaparecían, nadie más sabia de ellos; y así todo el boom latinoamericano y sus respectivos títulos eran distorsionados de manera espeluznante con sus ejemplos prácticos. Decidí pues saber un poco más de tan extraña creatura. De donde venía, a que se dedicaba, que comía todo esto me empezó a interesar de manera compulsiva, y cada hallazgo me dejaba siempre insatisfecho.
A veces pienso que llegué a saber más de lo necesario, nunca alcanzar los detalles, deberíamos contentarnos con un somero curriculum narrativo, algo así donde en unas cuantas líneas se hable de tu “de dónde eres”, después un breve prontuario con tus tres escenas más destacables, un par de fechorías que quieras subrayar, cuanto menos tres distracciones y una fecha actualizada. Ni una línea más; lástima que sea demasiado tarde.
Mis sospechas se confirmaban, lo habían despedido de su labor de taquígrafo, Lucia no quería saber más de él, Adriana en un largo viaje, los títulos no eran renovados en la biblioteca del barrio y sus hemorroides empeoraban. Mañana era un día perfecto. Esa noche no logré dormir, la habitación ardía y el pobre H se consumía lentamente.

miércoles, 30 de setiembre de 2009

Minort

Entonces despierto en madrugada, aquella escena ronda ya unas semanas, hoy tan solo he intentado empezar con el relato, no logro soportar esos días y ya casi ni los años porque al instante seguido recuerdo el motivo de mi despierto: Ausencia.

martes, 22 de setiembre de 2009

Florence, Frank y la mula mugrienta

No recuerdo donde los vi por última vez, esto no tiene que ver con la lejanía, no es mi memoria, no son los narcóticos, es mi vida entera; esa última vez casi se escapa de mi memoria, solo hizo falta algunos minutos para que esa masa gris que teje mis recuerdos, hilvane un cruel olvido. Tampoco recuerdo a quien esperaba, probablemente a nadie, pero la primera vez que los vi, ese primer encuentro subyace en esa profundidad que agitó mi destino.
Ahí sentado en esa cuneta, observaba a la gente de mi ciudad, sin novedad más que las faldas que se empezaban ya a recortar, sin interés más que esas dos piernas que se empezaban a alargar; entonces llegaron en una especie de carroza tirada por una mula tan mugrienta como ellos, y ahí estaban; él de pelo ondulante y larga cabellera, su tupida barba coloreaba un plomizo anochecer, y ella, genuino animal de pelo dorado que se alzaba en dos patas lanzando un gruñido aterrador; así empezó la función entre una gran tormenta, por supuesto que la mayoría de transeúntes huyeron despavoridos; maravillado junto a unos seis niños observaba como ese animal de cabellera ondulante daba vueltas alrededor de una hermosa osa pardo; unos días después no solo eran los niños, casi todo el pueblo concurría al espectáculo, el hombre tocaba el acordeón, ella bailaba, los dos cantaban y yo al final me quedaba a hacer muchas preguntas, Florence nunca respondió la pregunta más importante, pero que importa eso, a estas alturas.
No sé culpe a la belleza por mi desatino, mi debilidad siempre se doblego ante ella, que les puedo decir en mi defensa, era joven y una locomotora corría en mis venas, a veces pienso que podría haber hecho sino huir con esa compañía, oler los prados, transpirar los miedos, perderme en senderos que me depositen en un mar de respuestas y al cabo de una pregunta hundirme en mis lagunas; lo otro, lo otro hubiera sido anodina rutina, quizás heredar la habitación de mi madre y sus pertenencias, trabajar en el almacén de Casimiro y con mucha suerte embarazar a su hija menos agraciada.
Ser anónimo con una noble rareza era suficiente para que una mañana del año 63, cuando el rock and roll empezaba a amanecer tomara mis pocas cosas y emprendiera un viaje que no tardé mucho en predecir: sus razones, su incertidumbre, sus paisajes y colores; sin embargo insistí mucho en mentirme y cada mañana me preguntaba donde iría a parar o que nuevo encuentro sería capaz de desmemoriarme: todos y ninguno. Poco tiempo después Florence enfermo, los espectáculos nunca fueron los mismos, como iban hacerlos, si yo huí, fue porque en las noches cuando era joven imaginaba pasear por las calles con Florence, Lima, New York, Londres o cualquier charco enfrascado pero siempre con Florence de manera y forma más natural, sin cuerdas ni bozales ni nada que perturbe su bello andar, imaginaba que la gente se volteaba como olas sucesivas a admirar la belleza de Florence y que tremendamente feliz era. Pues Florence enfermo gravemente y con ella vino mi desgracia, tuve que sacrificarla con dos tiros en la sien; entre noches de bares y alcohol interminable tardamos dos años en improvisar algún nuevo número con Paul, la mula mugrienta, a pesar de su aguda apreciación estética nada volvería a ser lo mismo.
Terminamos en esas enormes ciudades que nunca pudimos visitar con Florence; Frank no lo soportó y una noche me pidió entre un llanto insoslayable que haga lo propio que años atrás decidimos hacer con Florence, esta vez solo fue un tiro. Como podrán imaginar después de tantos avatares ninguna circunstancia me aflige, excepto una. Hay noches que me quedo dormido en una lucha constate por no hacerlo, esas noches en el lugar que fuese de mi gitana existencia, Florence y Frank vienen por mí en una carroza a toda marcha, una carroza colorida de donde parece emanar melodías de acordeón, viene con velocidad vertiginosa y antes de darme cuenta aparezco yo, que no soy yo, sino la mula mugrienta.

lunes, 31 de agosto de 2009

Asesino mia sombra

Son los tiempos de reposo los idóneos para el recuerdo, estos son mis días de reposo. Es verdad que mi apariencia confundiría a cualquiera, siempre tengo un gesto amable hacia las personas que se dirigen a mí, aún a quienes dedican un par de segundos en mi mirada, mis formas y modales invitan a una confianza perpetua; sin embargo hasta hace no mucho fui un asesino, sí fui. Esto no tendría que ser ningún problema para un asesino, simplemente sería un asesino de educación refinada, más si lo es para esta nueva sombra que pretendo ser.
Es verdad que la mayor parte de mi vida, viví de puntillas, iba del trabajo a casa y mil veces viceversa, todo sin mayor sobresalto; no sé si lo hice a sabiendas, fuera esto casualidad o quizás genética, pero nunca llamé la atención más allá de lo que me propusiera, hasta cierto punto controlaba cada palabra y mis retiradas eran de las más inadvertidas, vivía en un silencio constante, silencio que muy lejos de incomodar, me devolvía una enorme paz extraviada.
Por aquellos días también recuerdo que lo único que pudo levantar sospechas fue un comentario a una amiga de trabajo. Regresábamos por una línea interminable de faroles y mi sombra proyectada era la de un tipo distinto a mí, de pronto tuve la sensación que esa misma sombra se desprendía y se lanzaba al autopista; eso me causo una enorme inquietud y entonces le dije que presentía un día cercano en que ya no regresaría más al trabajo, ella respondió que eso lo había oído tantas veces al comienzo, al medio y como ahora al regreso de la jornada, que ya le tenía sin cuidado; pues entonces le dije que lo mío era distinto, puesto que a diferencia de esa típica frasecita fabricada, yo tenía un plan y algo mas al respecto.
Esa noche al volver a casa e introducir mi primer paso en ella, tuve la sensación de entrar en un túnel, sin luz al final y absolutamente nada de por medio, nunca sentí tanta oscuridad perfecta; saqué algunas notas y con una lucidez bárbara mi plan comenzó a tomar forma.
La mañana siguiente no fui a trabajar, encendí mi vieja radio que a esa hora dejaba sonar melodías de Soul –jazz creo que era Don Patterson, pero que bien se escuchaba, bajé en seguida, tomé un café en el bar de la esquina, uno treinta encima de la barra; hice una llamada al trabajo les dije que había muerto, no sé si me creyeron, lo cierto es que hasta lloré. Salí de aquel locutorio con una libertad increíble, me aproximé al quiosco y tomé el diario, que a esa hora de la mañana aún huele a imprenta y tambien a pasado, saludé a un par de personas desconocidas, siempre con ese gesto amable, ellas hicieron lo propio, y así con miles de pensamientos que transitaban por mi urbe terminé entre el edificio Ricoleto Star y el puente Maravillas, lentamente y con firme convicción saque el papelillo, lo repasé varias veces, y sumamente concentrado empecé la labor. Desde aquí logro ver esa tormenta incesante entre un planeta y otro, es más divertido que padecerla, se los digo porque hasta hace no mucho he estado allí; a veces tengo que lidiar con un breve chubasco, sin ruido y sin nada objetable, créanme pero es mucho más placentero no tener sombra y dejar ese hueco que se va cerrando con el furtivo pasar del tiempo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tramontana se desata sobre mi bahía

Lejos del tiempo, allá al sur soñé una noche de invierno, ese que congela tus creaciones oníricas, que te rodea de témpanos parlantes, y en un viento perpetuo deja brotar realidades. Allá lejos, alguna de esas noches frías hizo su aparición la tramontana, y desperté con su turbulencia; hasta que un tiempo después, mucho tiempo después supiera de ese terrible viento, de su verdad que explota contra los acantilados catalanes y de su esplendor que se empotrara en mi alma.
De tan ensimismados nos desplomamos inadvertidamente por uno de esos tantos abismos, sin caer (aún) a esa piedra maciza y acuchillante, de piel tan bizarra; disfrutando de su aire fresco descendíamos lentamente a regazo desconocido; por aquella temporada la muchacha de esplendidos andares, se desprendía del solido macizo a mi lado; la sibilina de las estepas danzaba a veces agarrada a mis muñecas otras yo prendido entre sus piernas y así como nos hundíamos, recogíamos guijarros como las luciérnagas recogen estrellas; envueltos en ese soplo infernal, caíamos en giros incesantes, unas veces vertical y otras de patas arriba, caiamos sin imaginar donde, ni cuando nos detendriamos, cubiertos hacia el olvido en estrepitosa tramontana y de tanto guijarro nos sentíamos abrumados que regalábamos a todo habitante del pueblo donde éramos arrastrados: siete chinarros, mar de cristal y una canción alborotada.
Todo esto y mil intentos por contar, transcribir, decir, traducir mi pasado... todo esto hasta despertar en una cama espiral.
Hay algo enloquecedoramente atractivo en lo intraducible, líneas antes fue solo un burdo intento de palabras que se vuelve silencio en el transito. Confío en ese silencio para guardar lo indecible.
Cuando me despierto reiteradas veces con la garganta clavada en el pecho, pienso que quiero traducir la sensación a tus nervios, y callo, profundamente callo, y triste me rescato: ¡claro que el silencio es propio del lenguaje!, sin embargo tus inexistentes preguntas no se responderían con un sí o con un no; pues esos monosílabos no permiten que una palabra se impida a si misma. Y respondo en silencio que otra cosa es el lenguaje más que un gigantesco y cacofónico exceso de nuestra incomprensión.
Quien quiere elegir entre el caos y la capacidad de nombrar, como si no hubiera un tercer lugar para ser; se cree erróneamente que si algo carece de nombre es porque aún no existe, pero tan solo el intento de traducir, quizás sea esa tercera opción del ser, en presencia de una palabra que se impide así misma, en ese silencio que entume nuestros cuerpos porque muchas veces no podemos, ni traducir lo que sentimos. Pensar en la posibilidad de encontrar ese silencio me reconforta; pensar en su posición, en como comparte sus capas de nada y de tanto, pensar en su movimiento, en que nunca dejara de moverse porque yo me muevo con él, pensar en su tono de voz , pensar en su sombra, pensar que estas palabras que delatan mis silencios son una suerte de dulce composición incomprensible como aquel viento de la tramontana que otra vez se desata en mi bahía.

jueves, 30 de julio de 2009

Y ese pasado quizás un futuro

I

Es este presente que me adormece, me confunde como un demente. Sigo mis pasos transversos que me arrastran hacia las entrañas de un Madrid inapetente, y sigo y repico y me canso y me duermo con esa duda infinita.
Y vuelvo entre antiguas promesas y tropiezo con mi desprendimiento y que quieres que te diga… que prefiero estar por siempre en esa incomunicación imperfecta.
II
No se hasta cuando, pero esa corrala diversa sigue siendo aquel lugar que a falta de reparar mis alas maltrechas y emprender futuros; me brinda algo de tranquilidad. Y pensar que cualquier tarde de agosto, aún puedo aplastar su asfalto diverso y en ese caminar por barrio y medio, tan gris y pintoresco me mezclo entre rostros rojizos, cobrizos y negros matices hasta que consigo internarme a un espacio Lavapies a cabeza, de cuerpo entero.
Es entonces cuando desde alguna parte del paleolítico eres lanzada desde lo alto de esa fe pérdida. Te veo en todas partes, ahora te conviertes en tantas, normalmente en la más lejana, que tan solo vasta que cualquier mujer lleve algún violeta de prenda o un rosado de corbata, para que vaya a tu encuentro; y en esa lejanía rebusco tu mirada, apresuro mi paso y cuando más me acerco, más te desconozco; no estas, no eres y te deseo; entonces giro mi cabeza para cruzar en ámbar; eres la siguiente mujer que encuentra esta perdida mirada, ese espejismo que te ve hasta en los anuncios de la tele, ahora vistes de pantalones cortos y un torcido hierro cruza y oxcida tu nariz, y voy tras de ti, aunque seas de mentira, emprendo siempre ese camino en dirección contraria a la realidad de carne y hueso, en dirección a esa misma intención profunda… y así sucesivamente hasta que llega la noche, y no distingo colores, ni narices, entonces es tu voz que llama mi nombre y me enreda como en un torbellino que marea y sueña. Tu voz que llama, mil voces que enmarañan y para entonces en un pasado y futuro, seguro que tú ya te habrás ido.

III
Quien encontrará éste mi rastro que anduvo por lugar tan extraño; de objetos pesados de aromas confusos, de una ancha cama y un techo en las narices.
Que hago acá sino perderme en un suspiro infinito;
que hago acá sino cumplir un mandato acaso infernal, acaso divino,
que hago acá si no tengo a donde ir…

IV
Ya sabes, no soy James Dean, ni un poeta, ni un politólogo, ni acaso un triste escribidor de un blog malparido.
Si soy, seguro que soy ese pelo enredado que se despierta presuroso para llegar a una cita acabada;
si soy te lo aseguro un incomodo silencio que acompaña tu alma florida;
si soy por supuesto que lo soy un hablador que finge temas no aprendidos;
si soy te lo juro que soy ese desastre completo, torpe persistente que no puede con manuales y se enreda con electrodomésticos;
pero por encima de todo soy ese pequeño cuerpecito que te busca presuroso, que atañe aunque sea por un instante, esa parte tan tuya de nombre inmensidad.

V
Y quizás nunca vi tu mundo, ni lei aquel cuento que narraba un navegar profundo, no me enteré de tu infinito pero aún sigo soñando encontrar esa tu orilla y esa palabra que quizás nunca oiré.

martes, 30 de junio de 2009

De carton inmensidad


Y ahí nos encontramos, ella frente a mi, sin podernos mover, tan llena de matices, explosivamente volatil, de final a inicio, enterita del mismo color, de curvas en sucesión de lineas azules. Yo de corbata y traje gris, tan serio, muy quieto la observaba, parecía inexistente pero ella se movía muy ligeramente, tan sutil que me estremecía, fue eso y tanto lo que encendió mi atención.
Para cuando levantaban las persianas, ella en el mismo lugar de siempre, recuerdo cada detalle, los azules eran lunes, cuando ella estaba triste su cuerpo se escarchaba de frío y de monedas, al día siguiente sonidistas peruanos con su cóndor pasa me dificultaban la visión, yo creía que era verde pero muy tarde me sorprendí que era azul, como la mayoría de lunes, quizás por que no calentaban ni monedas, ni alegrias; el miércoles blanca como mi memoria y así ella le supo dar color a mis estaciones, hasta el domingo y su excepción, entonces no existía.
Es de esa manera que deje de existir los días rojos del calendario.
Cada noche desde la primera vez que la vi, quieta, irradiando tonalidades, frente a mi y tan lejos de estar acá. Yo presumiendo mis mejores corbatas abrigos elegantísimos, siendo una y otra vez desvestido solo por ella, pero no servía de nada me moría paradito en una esquina apretada. Fue un día azul, antes del final que por primera vez se acerco hacia mi, me miro recorriendo cada parte de ese cuerpo y regreso su mirada hacia mis ojos, juro que sonrió, fueron pocos minutos que solo existió nuestra estática mirada clavada en algún extraño lugar, mientras un mundo iba y volvía de sus necesidades.
Todo cambio al día siguiente, jamás volvió de colores a pararse tan quieta frente a mi, intentando imitarme, sonriendo, llorando o como simpre congelada, solo una vez la vi pasar en busca de algunas necesidades, ni me vio.
Lo mío después fue lo mismo, extrañas miradas sin verme a los ojos, perdiéndose por los pliegues, por los colores y los botones, al otro lado del vitral. Quedé parado algunos meses más, hasta que me perdí en el bote de basura inorgánica el mismo lunes que por primera vez la vi.

jueves, 28 de mayo de 2009

Nunca te cortes el pelo en luna menguante

Hay un desierto; recuerdo un bosque, el mar y el sol en mí. La mañana de mayo un rayo de luna partió los cristales de mi habitación, fue entonces cuando supe en lo que me había convertido: un suspiro de mar, un desierto caleidoscópico, lentes de sol, pantalones de bosque; supe también de mi otra orilla, de su mirada resplandor, de su armonía labial, supe de su desorden travieso, fue su profundidad por la que me aprendí tanto, que ya no se ni contar con la punta de los dedos.
Esa misma noche, fue también que me escabullí por la ventana de mi habitación, sin reparar en su quinto piso sin ascensor, llegué hasta Hadunover, la tierra de las cerezas, y llegué tambien al hospital central con trece fracturas, una estrepitosa factura y mi precaria esperanza de vida; que les puedo decir sino que sobreviví, y aunque no sea lo mas importante el quebranto de mis huesos y la ruina en que caí; sin embargo esa caida libre fue el pretexto perfecto que permitió encontrarme con esta historia, depositado en aquel resquicio de espacio bidimensional. Pero a que me refiero con esto, a que Hadunover esta hecha en dos dimensiones, hoy tan solo les hablaré de su anchura, ósea esa primera dimensión, la que trata de los recuerdos y todo lo que implica verse de lejos, básicamente la representación de ellos en un espacio mágico, o lo que un día cualquiera y de buen humor melancólico decides contarle a las estrellas.

La Anchura de los bosques
Las plantas de mis pies no echaban raíces ni en la tierra mas fértil, se veían y presumían durísimos sobre todo en los extremos, dado el color amarillento eran el mejor sello para un pasaporte de marino mercante. Enormes caminatas sin conciencia, sin prisa, ni aquella que te indica cruzar fronteras por contar más países, en ese sazonar para comerte al mundo que lo podías hacer entre sabanas o a lomo de mula en un terreno frondoso o árido una temporada entera; y al regreso en un circulo de mate y concentrica hoguera lo que hacia era narrarte navegando por cielo y mar, encima de una jirafa africana, blandiendo una espada quijotesca, y aunque no fuera conciente luchando, siempre luchando asi sea desorientadamente.
Los años se pasaron y vas descubriendo mas barba, que se confunde con tu bello pubico, ciudades futuras, mundos entreabiertos, todos extremos bidimensionales, todos oriente y otras occidente; ahí more en apaciguante anchura y vertiginosa altura; pero de esa altura no hablaré, solo cuando sea pájaro, esa segunda dimensión desconocida; donde te veo corriendo a través de océanos y pienso que eso, aún no esta en mi.

jueves, 14 de mayo de 2009

Funcionarios manzanas

Es necesario que les cuente donde vivo, y es que es un barrio tranquilo y sobre todo barato, las manzanas me cuestan a mitad de precio y cuando voy comprándolas me da tiempo para ir comiendo una tras otra; por supuesto no entran en el precio; converso mucho con los vendedores de frutas, son mas amables que los funcionarios del tren.
¿Qué donde vivo? en la última estación al sur de Madrid, con poco dinero, siempre manzanas y el tiempo entero para treparme al sur, hacia el norte infinito.
Si digo que me acostumbré a la forma otoñal de la última estación en que vivo, no es por lo gris, es mas bien el recuerdo de un tiempo exacto, uno inexistente; donde lo único real fueron dos estaciones; esa y la del tren. Así es que voy de otoño dejando caer retazos amarillos de árboles añejos en un tiempo pretérito.
De esta forma y tantas dormí al extremo, desperté al otro o viceversa, perdí el norte y otras el sur; lo cierto es que lo irreal lo soñé en un tren; una noche que de tantas idas y vueltas, confundes inicios y llegadas, cuando a lo lejos tu nombre alega el mío y lo demás quizás fue mentira, pero de vez en vez me pierdo en sus vagones, sin manzanas y con funcionarios furiosos

miércoles, 15 de abril de 2009

La historia del copiloto atónito

Que terrible es habitar el mismo cuerpo, las manos enormes que no acarician ni a una hierba, por mas mala que ésta sea; que terrible convivir con esos pensamientos siempre zigzagueantes, alterados por cualquier aditivo que tranquilice; que terrible mi boca chueca, que repite y repite el mismo relato, las mismas mentiras, la única verdad es que estoy sordo.
Lo que hace, pretenderte un animal raro, es enrrollarte como una serpiente en su mismo cuerpo.
Sin embargo, existe aquel día en un lugar no situado, siendo esa simple señal la que le obligó a salir hacia otros cuerpos, para ello como venia insistiendo Federico hay que matarse a si mismo, agotar las siete vidas a puñaladas si es preciso, nada mas al mínimo atisbo de reflejarte a ti mismo; hay que cortarse el bigote y ponerse lentes amarillos. Nunca he visto tanta seriedad que un bigote sin lentes amarillos; tambien he pensado en los barbudos reiteradas veces y pocas me han dado disgusto, aunque existen escalas muy distintas, los barbudos mas tontos son los que oscilan en la edad de veintitantos y treinta y pico; son pretensiosos y altivos, pobres mentecatos.
Ayer estuve viajando en el tren mas hermoso que han visto mis ojos, era un tren como lo había imaginado el día que pensé cruzar el océano atlántico y zarpar por una temporada a un tiempo pacífico, como sus costas bálticas o su mozzarella italiana con jamón ibérico y si alcanza un queso fromage. Digo hermoso por una simple razón, que no es esta, éstos solo son simples motivos:
-El tiempo queda colgado en el perchero del último vagón que no existe.
-Los días y noches se suceden como túneles encuentre el camino, es decir que un día puede ser soleado y media noche te encuentras una construcción de nublado túnel.
-El tiempo-tren como el espacio-tren dista en su sonido (chucu-chucu... bú-bú) del tiempo-autobús, como el espacio aéreo de las ideas telúricas.
Como dije y vuelvo a repetir estos son simples motivos que hacen de este viaje algo mas placentero, lo cierto es que el tren más hermoso que existió ayer, fue por la compañía de lado, los manuales ferroviarios lo llaman pasajero, nunca peor dicho, puesto que un océano esperé, para saber que el tren mas hermoso pasa por Angustias en la estación, lleva en sus vagones a la ciudad mas extraña, la que no arde en humo, la excepción a mi pobre intuición. Es así que ayer pasó por mi estación el tren mas hermoso, sólo porque ella existió, y yo me pregunto si tengo la posibilidad de treparme en sus vagones, o por último me arrase entre sus rieles y solo esforzándome tanto pueda colarme en alguna de sus paradas, de sus dudas, de sus túneles, y porqué no recogerme con tikete en mano en su más dichosa estación.

miércoles, 1 de abril de 2009

Un raro hallazgo

Ayer sobre la media noche, al comenzar el día, fueron mis miembros exponenciales los que me hicieron llegar a esas librerías de venta y compra, me perdí toda la noche en aquellos lugares que hasta olvide trabajar, me gustan los libros usados, lo sé porque mi estomago experimenta una peculiar sensación - deberían preguntarles a los enamorados que fueron en tiempos remotos, de que sensación se trata- pues algo parecido, son los culebreos escalosfriantes que experimento al entrar en esa clase de librerías. Lo he sentido en distintas regiones, recuerdo aquella vez que hice escala aérea en Sao Paulo, yo había habitado una temporada mágica por esas tierras, lo cierto es que en dicha escala que como destino tenia Lisboa, salí disparado a un encuentro que colgaba en mi memoria con profunda nostalgia, fue uno de estos lugares que por allá toman el nombre de Sebos me gusta cuando algunas palabras no tiene traducción a tu idioma y más aún cuando las palabras no dicen nada a extranjeros descarriados; nada o tanto que uno termina inventado sus significados, pues yo tenia el mió, un sebo preferido, un sebo que para mi significaba el sebo al mas puro estilo de carnada, el lugar tomaba el nombre de o sebo da rua libertade donde encontré los mejores títulos o mejor dicho las mas raras obras, desconocidas por donde las veas, carentes de popularidad, vetustas y hasta únicas ediciones por más de tres o cuatro décadas, ya que nadie se atrevió a llevárselas. Aquel sebo no podía ser de otra forma, techos altos, y paredes enchapadas en madera, aparentemente de algarrobo pulido y barnizado; o sebo tenia una cafetería al final del pasillo menos atractivo, como para desembocar directamente en la taza de café, sin opción a distraerse; naturalmente yo me había percatado de tal lógica, así es que terminé rápidamente con un café en las manos, es preciso anotar que el café provenía de la región de Espirito Santo, lo subrayó con un gesto tan especial el hombre que lo sirvió, que no podría defraudarlo; entonces cuando regresaba a mi pesquisa pensé que aquel sebo y su pasillo, o cometía un error la lógica del desprovisto o algo grandioso me esperaba en los estantes de ese pasadizo.
Fue así que encontré la totalidad de libros con que cuenta mi biblioteca, su hallazgo fue sorprendente, que solo al cabo de muchos años pude explicarme; creo que su encuentro tiene que ver con algo fantasmal, es como si dos seres llegaran al punto de tan extrema coincidencia que sus poros desaparecen, enlazados por una identidad nebulosa que los confunde, y ahí sentado con esa taza de café que expiraba vapor danzante, en seria faena de mezclarse con el aire, de desvanecerse, como yo lo venia haciendo cuando empecé a leer lentamente sus frágiles hojas, oliendo su sabor, escuchando su contacto y cuando no entendía lo que decía, pasaba mis dedos mansamente por su fina imprenta y algunas veces lograba sentir las curvas de sus letras.
No logro recordar tantos pasajes vividos en aquel lugar, lo cierto es que perdí el vuelo, no llegué a Lisboa después de muchos años; nunca tuve la obligación de llegar a Lisboa, pero si a Porto, que fue ahí donde probablemente nació la melancolía, melancolía que fue el inicio, sin saberlo, de aquella primera lectura y la razón de pasear y danzar por aquel viejo lugar, o sebo da rua libertade.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Miradas incompletas

He recordado aquellos días, esos en los que uno se desprende de sí, y desde arriba ve su propia expresión, veo sin importancia mis pantalones bayeta, la camiseta a rayas que llevo siempre y ahí espero de tal extraña sensación que trastoca el ceño, la comisura de los labios, la mirada incompleta. Hasta que entonces estoy sentadito en la hierba, en el asfalto, en lo alto de un monte o en el tercer piso de una construcción en ruinas; hasta que hace su aparición, son tantos años y solo puedo decir indescriptible. Indescriptible para un tercer escribidor, quizás sólo porque puede ser recordada a partir de un segundo individuo que la observa, la expresión no tiene otro sentido sino del que provoca a esa segunda persona que soy yo, un segundo yo y no a la vez. Son esos instantes lo más cercano a ese niño que fui y que en este recuerdo brevemente soy, pienso en su congoja, en esa aprehesión, en esa bruma que lo aleja del dibujante ante aquel desnudo que algún día trazará.
Y ahora yo, un tercer tipo perdido en la sensación, incapaz de poder describir esa escena que sobrepasa mi poca intuición, yo un encuentro de tercer tipo, atónito, perdido ante la reacción, intentando comprender a ese niño que a su vez se aflije por saber que carajo esconde esa expresión, ese yo cuando trepa a un monte, escala un tercer piso en ruinas, enciendo un cigarrillo sentado en la hierba o con las rodillas en el mentón espera el conjuro que embruja su rostro.
Tanto para saber lo mismo que más da... el mismo secreto de esa expresión, el mismo instante que posee al primer hombre, el mismo misterio para volver a saber que esa cara no es mia, que el recuerdo de un niño que es segundo es tan lejano como la apreciación de éste tercer escribidor. Todo quizás, para que lo sepa un cuarto ser que esta por nacer.

martes, 17 de marzo de 2009

Poética de los cuerpos o un polvito fugaz

En esa justa medida, del mismo perfil ondulante y con esa precisa desmesura es que me tomas en medio de tus brazos, contra tu pecho, me estrujas como una página que se va convirtiendo en alguna figura, sin alas, sin piernas con viento; y si eso es suficiente para flotar no hace mas nada falta, ni ese tikete de viaje a las alturas del Machu Picchu
Liviano, otra vez ondulante me doblas en tanto, pliegas mis extremos con esos dedos finos, me ensalivas entero y de soplo en soplo vuelo por el espacio.
Mientras tomo de tus cabellos, mi cuerpo encima del tuyo violenta sus frutos, muerdo tu vientre y si pudiera arrancarte los botones de tus hermosos senos lo haria sin remedio...

Entonces despierto en madrugada, aquella escena ronda ya unas semanas, hoy tan solo he intentado empezar con el relato, no logro soportar estas mañanas y ya casi ni las tardes porque al instante seguido recuerdo el motivo de mi despierto: ¿Ausencia?.
Ya no me sorprendo por éste y el sucesivo otro día, distintos o no, pienso en la hendidura más ancha que soporta mi pecho cuando despierto.
Y si es tristeza lo que sufro o es extraño lo que lloro, cualquier desbarajuste en mi maltrecha personalidad seguro que tiene que ver contigo.
Cuan real fue aquella historia, acaso sufro tu distancia o quizás solo seas la represtación de diferentes mujeres con las que me deje llevar a la poética de los cuerpos, podrías ser tu la reina de los bares, la dama del perrito insoportable, la francesa mal vestida del Paseo del Prado del hotel maloliente, del sexo brutal, de las lagrimas con mocos... ser tantas y nadie las que alteran mis sueños, o simplemente tú infinita soledad que no conoce de mujeres de nombre propio, ni sentimiento de nombre mio.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Expreso destrucción

He sobrevivido a enormes catástrofes. Entre tantos secretos esta el de imitar, la situación nunca la escogí pero llegado el momento: imité y de tanto problema logré saber lo humano que soy.
¿Acaso se aprende a vivir de esa manera?
Como cuando fui un ladrón y terminé con un puñal hundido en el pecho, fue esa vez otra forma de reconocer mi miseria.
Aquella noche que terminé desangrándome supe que no podría vivir así y me pregunté ¿cual sería mi verdadera naturaleza? esa respuesta es nula como mi verdadera naturaleza, pero si me enteré que no volvería a morir del mismo puñal, de la misma miseria.
Quizás esto sea un manual de intimidad, de esa que solo lo saben las cucarachas que habitan tu habitación, quizás la manera mas torpe de mostrar fragilidad es decir por ejemplo que ya no renazco sin antes darle vueltas al suicidio para después pensar que aún hay un alo de dicha, de sentirse mejor.
Entonces evito relacionarme con seres que tengan la sangre congelada y acaso fría, aunque en salvajes capitalismos sean de gran proliferación, rehuyo a sus formas placenteras de mostrar su vanidad; seres dispuestos a llevarse lo poco de migajas que sirvan para alimentar, seres crueles que se atragantan con tus vísceras dejándote despanzurrado por cualquier callejón maloliente. Por eso prefiero seres inadvertidos, acaso marginales, desprovistos de todo para utilizar lo que llaman libertad, los encuentro profundamente sensatos, disfrutando de su ausencia, de su invisibilidad, de aquel anonimato que solo se desprende cuando tienen que solicitar un manojo de migajas, odio esas migajas, esas que reparan su apetito que son fuerzas para su afán, para sus días soleados, por la inmensidad de esos dos soles que suelen ser tus ojos posados en mi pecho asoleado. Que verdad tan inobjetable, ésta la de llevarse un bocado…
¿ Y cuando se pierde objetividad?
Quizás cuando se deja un gran cacho de agallas por cada rincón donde te obligas a soñar, sin autorización ni salvo conducto que lo permita, donde te obligas a quedarte por puro capricho desafiante al orden establecido.
He perdido agallas como se pierde años, las he perdido a temprana edad porque no me interesa el devenir de gente amable que al breve descuido te arranca los huevos, prefiero naufragar y acaso hundirme en voz alta de un sueño infinito.
Por eso quizás es que quiera consumirme a tu lado, no creas que es por miedo, es por disfrutar de mi anonimato y acaso todo lo dicho renglones atrás no necesiten de realidad.

viernes, 6 de febrero de 2009

Prehistórica encrucijada

La calle estaba acumulada, de tanto y de nada; corría la lluvia de mayo como las sensaciones de ausencias, mis ropas no resistían la frialdad del cielo que se precipitaba sobre mi espera, en un tiempo de lluvia, de viento estrellando en mi rostro y con tanto y de tan estrepitosa temporada, no te hallaba.
Entré a la librería de la esquinita de Lavapies y el Delirio, entraba para protegerme de las malas noticias, de no atinarte, de extraviarme y hojeaba la colección entera de Ernest en busca de una ruta narrativa que deje caer el nombre de la estación donde presumiblemente podría hallarte y el librero me preguntaba que es lo que buscaba y yo no le decía nada y me volvía a decir en que lo puedo ayudar y yo solo le decía gracias… y creía; ciegamente creía que Ernest me ayudaría, allí donde estuviese, entonces daba con una frase sugerente y volvía a la calle y pensaba que siempre te tenía presente aunque estuvieras tan fuera de mi.
Y llegaba a la estación completamente empapado, con el estomago en la garganta, con el esfínter a punto de evacuar y no te hallaba… después, sólo después tiritaba de frió y me decía de vuelta a enfermar.
El regreso era como una puñalada y de pronto estaba en mi habitación desangrándome al espejo que si tan solo pudiera responder.
Me preparaba un mate y de coca me calentaba, encendía la radio mientras el dial recorría todas las estaciones que aún tendría por buscarte, hasta dar contigo. Cuando sintonizaba esa canción que me retrataba, entonces sacaba de una caja de zapatos un vino tinto muy barato que compraba en el almacén a mitad de precio, y así empezaba a morir con ese mate, de coca y de tinto vino.
Al día siguiente de nuevo a la faena, a esa que me permitiera contar con los centavos necesarios para pagar la pieza, el restaurante chino donde comía y las cantidades de vino tinto para hacer la transfusión cada noche después de la puñalada, al regreso de tu ausencia.
Pero en ese entonces también viajaba al interior de ti o mis entrañas, lo hacia en un tren destartalado que me mantenía lejos de la realidad, y en el trayecto a la faena entonces jugaba con esos recuerdos y nuestras historias cambiaban de escenario como de colores, es verdad que se repetían tus mismos gestos, es que eran perfectos, se repetían tanto en amarillo como entre montañas rocosas cubiertas de verdor allá en lo alto del cielo. Yo siempre andaba enloquecido, y tu me decías que algún día moriría de tanta excitación y yo te respondía que moriría en un desvarío de tanto profesarte y te acercabas a mis labios y susurrando decías que era lo mismo, que muerto no te servia. Entonces el viaje se terminaba en la estación de Esperanza y regresaba; incorporándome lentamente en el devenir mas lejano a mi manera de estar y pasaban algunas horas para volver a encontrarme; mientras tanto en el medio de la calle conversaba con gente desconocida, prestando mi voz y mi canción a alguna compañía de teatro barato, donde no era yo, ni yo era él; porque no sentía ni miedo a la multitud, ni al ruido de la industria. Sólo algunos momentos mi mirada se extraviaba y entonces tenía que hacer funcionar una parte de mi sistema neurológico para que trate de atrapar esa mirada que se iba, he iba tras tu aroma; y al ponerla a resistir unos minutos más, mi garganta se atragantaba por verla sumida en la más triste de todas las miradas; solo en esas circunstancias me preguntaba si alguna vez volvería a verte.

viernes, 16 de enero de 2009

Aquél restaurante frente a la plaza Tiananmen

Al caminar por la calle principal, pensaba en qué es lo que hoy podría escribir; pensaba en todas esas servilletas bien dobladitas, bien anotadas que aguardan en el bolsillo derecho con tan ilustres intenciones; si ahora tuviera una de ellas, decía, casi todo estaría resuelto. Pero lo curioso no era eso de pensar sobre mi futura idea vista en papel, lo curioso era que ya muchas veces lo hacia en plena calle principal, como buscando distraer mi atención de los grandes restaurantes que existían en mi trayecto, sin duda que era el peor sitio para pensar mis afanes literarios; esto, porque a medida que avanzaba me encontraba con olores exquisitos y cameros que al pie de la acera te recitaban el menú enterito y de Haiku, la especialidad de la casa, sus aromas sugestivos sin duda hacían recrudecer un hambre voraz que me atormentaba; por ese tiempo, que no hace más de un par de horas, tenía terminantemente prohibido coquetear con acaso algún restaurante de tan prestigiosa casta y pensaba en el hambre y el escribir con un hambre que te come hasta los zapatos, y en resistir el mismo hambre en función de tu desolado bolsillo; para más tarde volver a tu lugar de rancho; en esos mismo tiempos era un restaurante chino a dos cuadras de mi piso, un lugar que pasaba completamente desapercibido, no llegaba a ser una puerta entera la que te conducía al interior, la decoración era lo mas oriental que uno puede encontrar en cualquier restaurante humilde, de orientales humildes, que lejos de su tierra se propusieron a recrear tanta humildad oriental: minimalismo en fondo rojo y letras doradas, miles de ideogramas por la pared y esa melodía producida por un alta voz que nunca encontré, de donde salía esa triste melodía, solística como ninguna que produce el pipa, instrumento extraño. Es verdad que no se comía bien, pero si era muy barato, y por lo menos un par de veces a la semana alguien que te sirviera con suma cordialidad, te hacia sentir importante, algunas veces hasta me sentí en plena plaza de Tiananmen, debía ser por la fotografía que tenía en frente; lo que aún no logro entender es por qué extraña razón me gustaba ir a ese restaurante, uno a veces puede pensar que es la costumbre la razón de nuestros paraderos o acaso la repetitiva casualidad de no pensar en el mañana; no lo sé, pero muchas veces terminé en aquél restaurante donde nunca vi a más de dos comensales, si a más de dos camareros con trajes negros impecables que sumados a aquella mujer aburrida en la caja registradora y a un par mas en la cocinilla me hacia pensar en que además de ser mucha gente para tan poco trabajo, seguro que algo oscuro se estaba cocinando; sin embargo en cuanto uno de los camareros se me acercaba, cualquier especulación malsana, se desvanecía, y empezaba a disfrutar del sonido de el pipa, de la fotografía de Tiananmen, de la cordialidad de un restaurante con lugar para tanta gente y solo yo entre un ejercito de copas, de platos y servilletas todas las necesarias para escribir la próxima nota de alguna idea que quizás termine como ésta.

viernes, 9 de enero de 2009

Lejos de aquí (de cancionero perdición)

Enseñame tu mano izquierda, inclínala levemente,
y antes de llegar a ese espacio horizontal, es una mano derecha que va al encuentro o quizás a su salvamento,
que juntas sean como una lámina de otoño que surca el gélido aire,
con la única fuerza de los motores de un barco de papel,
que viajen así,
hasta el fin de los tiempos,
que se sorprendan de ningún lugar,
que se asombren de todo,
como tu pensamiento serpiente,
lo hace con mi mirada esquiva.

Y así, otro día más,
extraño como siempre,
recuerden encontrar esa inclinación exacta,
desprendan sus extremidades restantes, las que aún sobren,
desembarquen sus miedos,
pronto para navegar;
y amanezca a las noches,
aguardando los deseos en nuestra durmiente espera.

Y si mejor aún!, terminamos de una vez con todo,
llegue esa nave sonriente que nos invita al naufragio eterno,
libres para donde ir,
viajero en ti,
pasajeros de ninguna parte.