martes, 24 de noviembre de 2009

Entre Amparo y Esperanza

Estábamos dentro de la habitación del hotel.
La ciudades tienen mil maneras de atraparnos que no es otra forma que matarnos, pero así como existen esas probabilidades, existe formas de inventarnos, enteros, cóncavos e imperfectos.
Esa habitación entre la calle Amparo y Esperanza era una manera de estar a salvo, no es la formula soñada pero no hubo manera de salir con la misma cara con la que había entrado. Le puedo alegar responsabilidad a ella, que hacia que las ventanas de una habitación sobrepasaran los limites de Madrid, una habitación que flotaba sobre la ciudad entera.
Éramos como la tripulación de una nave espacial rumbo al final del universo, yo corría por la cama y ella bailaba en la terraza, el desayuno eran frambuesas y de postre mariposas, el agua fluía por la bañera y yo mezclada entre ella, acaricia su delicada piel morena; la canción que sonaba decía algo así como somewhere in between the moon and the sea... Entonces mi cara de sol y su sonrisa de media luna configuraban un cuadrante perfecto.
Pasábamos todo el día demasiado arriba y por la noche casi casi abajo, para evitar esa caídas entonces nos embriagábamos, pero no hasta aplastarnos, sino hasta estar de nuevo arriba arriba; la mañana siguiente planeábamos como bajar en esa justa medida que te sostenga a medio metro del frío suelo y ya después cantábamos historias con media taza de té entre los labios.
Nos dicen y repiten que todo esto es riesgoso y nosotros insistimos en no hacerles caso a esos facinerosos, incrédulos, depredadores de ilusión, a nuestros amigos les invitamos a que se busquen una habitación en un locutorio de Lavapiés; pero bueno puede que tengan razón, pero por suerte ella no es la chica rubia despampanante de belleza atónita en busca de un Rolls Royce, y si les digo que la habitación flotaba y el mundo entero volaba lo mejor que podía, deberían saber que las rubias despampanantes son la peor combinación para vivir entre una calle Amparo y Esperanza; en fin no es que insistamos en nuestra pereza como complemento directo a la búsqueda de una vida diferente y ojalá bien trucada, tal vez ni recordemos que pasó después de que la nave aterrice y ella y yo terminemos desintegrados por una pistola de rayos de juguete; pero que poco me importa, lo único que puedo decir es que de todo lo que nunca he tenido ni tendré, ella es lo único que no quiero echar de menos.