miércoles, 1 de abril de 2009

Un raro hallazgo

Ayer sobre la media noche, al comenzar el día, fueron mis miembros exponenciales los que me hicieron llegar a esas librerías de venta y compra, me perdí toda la noche en aquellos lugares que hasta olvide trabajar, me gustan los libros usados, lo sé porque mi estomago experimenta una peculiar sensación - deberían preguntarles a los enamorados que fueron en tiempos remotos, de que sensación se trata- pues algo parecido, son los culebreos escalosfriantes que experimento al entrar en esa clase de librerías. Lo he sentido en distintas regiones, recuerdo aquella vez que hice escala aérea en Sao Paulo, yo había habitado una temporada mágica por esas tierras, lo cierto es que en dicha escala que como destino tenia Lisboa, salí disparado a un encuentro que colgaba en mi memoria con profunda nostalgia, fue uno de estos lugares que por allá toman el nombre de Sebos me gusta cuando algunas palabras no tiene traducción a tu idioma y más aún cuando las palabras no dicen nada a extranjeros descarriados; nada o tanto que uno termina inventado sus significados, pues yo tenia el mió, un sebo preferido, un sebo que para mi significaba el sebo al mas puro estilo de carnada, el lugar tomaba el nombre de o sebo da rua libertade donde encontré los mejores títulos o mejor dicho las mas raras obras, desconocidas por donde las veas, carentes de popularidad, vetustas y hasta únicas ediciones por más de tres o cuatro décadas, ya que nadie se atrevió a llevárselas. Aquel sebo no podía ser de otra forma, techos altos, y paredes enchapadas en madera, aparentemente de algarrobo pulido y barnizado; o sebo tenia una cafetería al final del pasillo menos atractivo, como para desembocar directamente en la taza de café, sin opción a distraerse; naturalmente yo me había percatado de tal lógica, así es que terminé rápidamente con un café en las manos, es preciso anotar que el café provenía de la región de Espirito Santo, lo subrayó con un gesto tan especial el hombre que lo sirvió, que no podría defraudarlo; entonces cuando regresaba a mi pesquisa pensé que aquel sebo y su pasillo, o cometía un error la lógica del desprovisto o algo grandioso me esperaba en los estantes de ese pasadizo.
Fue así que encontré la totalidad de libros con que cuenta mi biblioteca, su hallazgo fue sorprendente, que solo al cabo de muchos años pude explicarme; creo que su encuentro tiene que ver con algo fantasmal, es como si dos seres llegaran al punto de tan extrema coincidencia que sus poros desaparecen, enlazados por una identidad nebulosa que los confunde, y ahí sentado con esa taza de café que expiraba vapor danzante, en seria faena de mezclarse con el aire, de desvanecerse, como yo lo venia haciendo cuando empecé a leer lentamente sus frágiles hojas, oliendo su sabor, escuchando su contacto y cuando no entendía lo que decía, pasaba mis dedos mansamente por su fina imprenta y algunas veces lograba sentir las curvas de sus letras.
No logro recordar tantos pasajes vividos en aquel lugar, lo cierto es que perdí el vuelo, no llegué a Lisboa después de muchos años; nunca tuve la obligación de llegar a Lisboa, pero si a Porto, que fue ahí donde probablemente nació la melancolía, melancolía que fue el inicio, sin saberlo, de aquella primera lectura y la razón de pasear y danzar por aquel viejo lugar, o sebo da rua libertade.