jueves, 11 de octubre de 2007

La fenomenologia de Salvador

En la comisura de los extremos de sus labios se formaba una sustancia blanquecina tremendamente asquerosa y cuando más parloteaba, más también crecía esa sustancia que formaba una red de finas hileras salivales, las que repelían a las frases, a las palabras, a las tildes y hasta las comas que no tenian más opción que salir despaboridas; por algún momento pensé que si no le decía nada al respecto, terminaría vomitando esa materia acuosa y aún así no pararía de seguir hablando.
Bienvenido era su nombre o el mejor ejemplo que de nuestros nombres jamás seremos responsables, un hombre obeso de enormes pliegues adiposos alrededor del cuello, parecía que siempre usaba una bufanda, una bufanda que por extrañas razones destilaba un olor desagradable junto con el sudor de sus otras partes del cuerpo, del mismo olor que tenemos los ebrios furtivos al cabo de sucesivas borracheras. Nos subimos al tren mientras seguía hablando de una forma compulsiva sobre la fenomenología de Martín Heidegger y su implicancia con el tiempo; y tiempo era a mi lo que me sobraba puesto que en los trenes de cualquier parte del mundo, el tiempo se detiene de tal forma que muchas veces sobra. Bienvenido presumía que ya pronto cumpliría cuatro años investigando a dicho autor, que su tesis doctoral seria digna de una nueva investigación y así sucesivamente, que desde siglos es lo que han venido haciendo los filósofos; lo cierto es que Bienvenido parecía conocer bastante bien los días e ideas de tal Heidegger, su discurso por momentos era brillante, esos momentos eran cuando imaginaba que el no era quien alegaba ese discurso; por mi parte conocía ciertos alcances generales de la obra Heideggeriana pero quien sí andaba completamente perdido era Salvador y lo curioso es que Bienvenido se dirigía hacia él en cada hipótesis sobre sus recientes hallazgos preguntándole su opinión, opinión que no contaba con ningún segundo ni para emitir un despistado balbuceo puesto que Bienvenido contra atacaba; hacia mi, solo se dirigía cuando había que decir alguna obviedad por ejemplo "si o no" o con una mirada reconocerme como interlocutor en dicha charla; fue cuando entonces Bienvenido dio un giro brusco, no solo en esa emisión de gases tóxicos que se agravaban conforme el bochorno del tren lo exigía, sino también que de buenas a primeras cambio de tema de conversación y empezó hablando de Oscar de la Hoya un boxeador californiano de padres mexicanos y con elocuencia admirable termino haciendo un repaso sobre la historia del boxeo y en especifico fue una apologia, para quien el consideraba la actual figura máxima de los pesos pesados, recalcando varias veces que este tal de la Hoya era el único campeón del mundo en seis divisiones distintas; fue cuando Tito Trinidad entro al cuadrilátero traído por nuestro otro interlocutor Salvador, en ese momento las cosas parecían agravarse conforme pasábamos distintas estaciones, cada aproximación a nuestro destino final era la premonición hacia un extraño desenlace, yo lo que lograba enterarme era que éste Trinidad le había dado una paliza al tal de la Hoya o ¿ quizas viceversa? lo cierto es que Trinidad digo Salvador en el momento que hacíamos la parada final, desplegó su brazo izquierdo en la misma boca de Bienvenido que termino deshoyado y sin esa sustancia blanquecina entre los labios.