lunes, 19 de marzo de 2007

Tiempo de mi zapato

Un atardecer salí rumbo a la puta que parió, llevaba dos pocas cosas que resumen dos recuerdos, recuerdos que durante una larga temporada me acompañaron por paseos desinteresados, asesinos de un tiempo que busca ser útil y en otros espacios, proveedor de alimentos. Por aquella época llevaba una camiseta de tristeza color fosforescente y pantalones de ligereza, tan cortos que aveces creía estar en pelotas; decía que iba en busca de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, pero lo más cercano que pude llegar fue a reiteradas lecturas, de la misma manera como cuando creí llegar a Comala y estaba en el Altiplano tan desolada sierra de clima frío y lluvioso, donde sin duda que existía un Pedro cansado de la misma miseria que hace, deshace y vuelve a encontrar a un todo poderoso made in sapiens sapiens.
Todos los imaginarios, menos los pueblos que deseo encontrar, de pronto un día sales con ganas de Macondo y de tanto buscar llegas a Aracataca, sin ni siquiera haber leído el final, y ahí esta, distinta de lo que humanamente puedes imaginar, por que siempre te sorprenderá en ridículo, por que el tiempo y su inutilidad no existen, porque se transforma, te transforma.
La inmensidad de aquellos días son la miseria de nuevos tiempos, por que al partir eres Yo, en medio camino te pareces a mi y más tarde eres Él. No hay peor tiempo del que se malgasta en recordar viejos tiempos y más aún de alguien quizás desconocido.
Y así después de muchos atardeceres aquel hombre regresa cuando ya no es el mismo que se fue.
-¿solo así pudo volver?
-simplemente asi pudo vivir.
(Dando vueltas en el agujero de mi zapato, en la parte podrida de la manzana...)