martes, 23 de diciembre de 2008

Que te puedo decir, sino quizás

Siempre tardo en encontrar aquella frase; suele estar entre los noventa segundos, minutos breves u horas que a veces son semanas. Guardo una fe adorable por encontrar esa línea que me permita imaginar algún final confuso. La espera me estremece y a veces mis manos se ahogan en el intento de escribirla o acaso sea el miedo a que no sea ella la que me altere y sorprenda con una historia jamás escrita.
El fungir de escribidor, me permite ese deleite, se que vago, insensato y proscrito para seres poco validos para la creación; sin embargo reconforta mis días y me lleva a una rutina plena con mi humilde oficio. No puedo negar que mucho de esa imaginación se la debo a la lectura de expedientes frondosos, amarillentos imantados de un alo espeso, oscuro y profundamente penoso, son la miseria de esos expedientes los que alimentan mi imaginación, es la ruina del autor que me permite atrapar esa frase. Y así les disperso el polvo que atestiguan su olvido, y me entrego a su lectura como aquel humilde operario de limpieza que se ocupa del archivo general de expedientes judiciales, ese humilde ser que celebra actos despiadados; que se conmueve con la declaración de culpables y se indigna por la autosuficiencia de los jueces, ese ser que después de mucho intentos consigue su frase a fuerza de tanta inmundicia.
Después de esa primera línea, el escribir se me da de corrido, mientras pienso en lo despreciables que a veces podemos ser, pienso también en mi lado amable cuando por mas de diez segundos una mujer me mira directo a los ojos, distinto a esas miles de personas que cruzan y entrecruza mi rutina, y pienso en ella y su inmediata desaparición, en su soledad que intenta disimular con el carmín exagerado de sus labios, pienso que si me miraría por mas diez segundos sabría de que se trata mi existencia, se que poco importa, no soporto diez segundos, ni saber de que trato… mas allá de los diez segundos estoy perdido.
Y sigo escribiendo, escribo de cualquier cosa menos de lo que me nutro día a día, los expedientes sirven para mi primera frase, lo demás es un eterno divagar, sin decir nada concreto, sin preguntas de respuestas conocidas, como canciones que callan, como suspiros que estremecen, hasta que mi garganta se confunde con mis manos que se secan y me ahogo; me ahogo con mi pecho inflado de aire que no es aire, que son sonidos sabor agua.
(Que le puedo decir a esa muchacha que me enternece, que se recrimina por un extraña impotencia, que le puedo decir si no se decir nada, nada que me lleve a un final cerrado y concreto.)
Quizás por eso escriba y así tenga sentido mi oficio humilde de operario de limpieza, y también sirva mis ocho horas detrás de este delantal, roído por el polvo, por esa nube opaca que me rodea, sirva para esa mi primera línea que nunca tiene relación con el tórrido desenlace en que termina.