viernes, 12 de diciembre de 2008

El idioma naufragio

Cuanto nos enseñaron nuestras rutas marcadas, cuantas de ellas fueron expuestas a los vientos cardinales, ¿importa acaso comprobar su realidad?. Da igual, con insólitos márgenes, saber si aquella tarde en el puerto de Helsinki perseguí a una ballena azul montado en aquel Tram Steamer infinitamente nostálgico, da igual si lo hice en sus costas o en Tierra del Fuego, importa la misma mirada que de tanta extrañeza naufragaba en los mares, también me da igual si lo hice desde mi cama reiteradas noches de invierno.
Son estas las historias que no solo nunca escribiré, sino aquellas historias que por su negación ha ser determinantes, eliminaron la posibilidad de acaso tan solo ser escritas, sino, sobre todo, la posibilidad de ser vividas. Sean quizás por esos giros inesperados de algún destino o sea quizás por mantener una obstinada pulcritud entre el preciso instante de armonía en aquella línea cartesiana de espacio y tiempo inspirador. Lo incierto es que aún trato de comprender que aquella privación a veces conciente y otras obtusa tuviera consecuencias que jamás pude prever.

I
Aquella tarde en el Tram Steamer vi pasar mis días en el más fulminante relámpago y puedo asegurar que cuando uno recuerda viejos pasajes de su vida en medio de un océano, el naufragio suele ser implacable. La memoria no solo te juega una mala pasada sino que se convierte en aquel iceberg que desmorona el navío y esa nostalgia te sepulta en lugar desconocido, al vaivén de las olas que dan señas de tiempos sosegados.

II
Cuando desperté recostado en las playas de Ushuaia, mi cabeza se despego del cuerpo y como cualquier trasto se dejo arrastrar por las olas que no solo descansan en las orillas sino que además llevan a todo objeto que quiera ser mar al más encantador de los naufragios. Mi cabeza como un fruto del palmar floto y floto sin convertirse en mar, hasta ser retirado por las mismas olas a cualquier isla lejana. Da igual lo que uno piensa las noches que uno pasa en la isla, para que decir que de los mas de mil y tres pensares, tres son historias inconclusas, amores perdidos no por el desdén del olvido, ni por la inacción de un miedo atávico; sino quizás por la irremediable adversidad de los verdaderos amores tan simples y complejos que quizás no tengan otra salida. Para que decir mas, si fueron la consecución de una y otra historia cada vez mas extraña como si el tiempo no tuviera espacio para una sola, como si el tiempo no fuese tiempo sino esquirlas de recuerdo.
Quizás nunca lo llegue a saber, fueron tantas veces que el final partió en otro bajel, fueron otros tantos instantes anhelados que solo responden a existir en la memoria y que de cualquiera otra forma huyen despavoridos. Si acaso persiga una condena será la de no haber podido establecer esa diferencia, pequeña diferencia, entre el fracaso y la dulce ruina.

III
A todo vapor, estaba en la cúspide de la travesía, como podía saber de una creciente, si apenas dos veces estuve a cargo del timonel, después de una mínima resistencia, mas producto de un reflejo que de mi astucia la embarcación encallo. Detuve los motores, me saque los anteojos y puse aquel libro encima del estante, apagué las luces y me acomode para seguir con mi viaje.