sábado, 13 de diciembre de 2008

Ciudad futura

Voy dos años, siete meses y siete días en esta ciudad, ya casi me acostumbre a sus formas de otoño; a proliferar sus bares que abren más allá de la media noche; a pesar que después de esa hora sean mujeres poco atractivas las que te muestren una mueca en lugar de una sonrisa. Conozco lo que me importa de esta ciudad, más bares, bibliotecas gratuitas, cines gratuitos y toda forma de gratuidad que me satisfaga, además sé de un par de lugares en lo alto de esta llanura, donde puedes vapulear a ese montón de luces de neón y gritarle su inmundicia a ese espacio tan impersonal; incluso puedes emborracharte sin ser molestado por esos centinelas que acosan tu libertad.
El nombre de las ciudades, sus distintos nombres es lo único afable que guardaré en mi memoria, lo demás se fue perdiendo, hasta confundirse una con otra, ahora son todas iguales, igual de desoladas, de infames y el origen de las conspiraciones mas despiadados y deshumanizantes; quizás también pueda decir lo contrario o que la ciudad es bifronte; pero mi ciudad es despiadada y si llevo la cuenta de ésta en particular, no significa mucho, tan solo la prueba de seguir con vida y no perder la costumbre de decir lo que me plazca.
Es necesario que les cuente donde vivo, y es que es un barrio tranquilo y sobre todo barato, las manzanas me cuestan a mitad de precio y cuando voy comprándolas me da tiempo para ir comiendo una tras otra, que por supuesto no entra en el precio; converso mucho con los mercaderes de frutas, son mas amables que los cantineros y nunca se molestan por la fruta que uno come; eso a veces pretende hacerme cambiar de opinión; pensar en darle una oportunidad más a estas tristes ciudades es una improbable opción; puesto que no se trata de pensar que tan solo sea cosa de opinión, esta forma de vida no obedece a las buenas o malas personas que te puedas encontrar en sus arterias, precisamente salgo de noche para evitar tanta bondad de mañana, me gustaría que vendan fruta a media noche.
Si digo que me acostumbro a su forma otoñal es porque solo encontré dos estaciones, esa y la del tren que me lleva a la gran ciudad, he llegado a adorar los días otoñales quizás porque se llevaron todo de las demás estaciones, tan solo les dejó el frío, calor y viento y como tengo todos los humores para darme un paseo, voy de otoño a ver caer retazos amarillos de árboles añejos.
El tren y la gran ciudad. En una ciudad de nombre de fruta, me desenamoraba al subir a sus combis que me llevaban donde Adriana, que me llevaban en teoría, porque nunca lograron llevarme hasta donde ella, no podía y me regresaba a casa a mitad de viaje, tenía que ahorrar dinero durante algunos días para pagarme un taxi y abrazarla. Ahora me voy en tren por Paula, es diferente ella sabe que me gusta viajar en tren y aparece de sorpresa, se sienta a mi lado y como si fueramos parte de un tren de juguete vamos de un extremo de la ciudad al otro, lo que más me gusta de esos viajes es cuando Paula se queda prendida en algún lugar a través de la ventana, casi siempre es en el verdor donde aún se puede ver el horizonte.
A pesar de todo busco esa ciudad con escondite, que no lo sepa todo ni lo vea todo, que sea cómplice cuando salgo a media noche, que encuetre fruta en los bares y combis que logren llevarme a abrazar a Adriana; trenes eternos con Paulas a lado, busco esa ciudad posible, una ciudad futura.