martes, 30 de diciembre de 2008

Puerto ficción I

- Ella es de quien te había hablado. Ella es Paula.
Me ausenté algunos minutos, imaginé que ella hacia lo mismo. El intermediario movía las manos, gesticulaba y se reía; mientras los dos, por un breve momento, no existimos. Un presumible lugar donde estábamos era ese tierno reconocimiento sin asombro.

Claro que la recuerdo. De donde, no es la pregunta, de todo, es mi respuesta. Nos conocimos en un bar de Génova y solo podía ser al final de la vía Garibaldi, ella tenía la apariencia de no llegar hasta el muelle y yo de pasar aquel tiempo anclado al mismo muelle. Me había trasladado al viejo puerto en busca de embarcarme en cualquier carguero que tenga por requisito la inexperiencia en labores que no tengan que ver con tierra firme. Era casi imposible haberla conocido en un bar dentro de la ciudad, no frecuentaba ninguno, puesto que donde asomaba la curiosidad por palacetes multicolores, catedrales o museos convalecientes; yo huía despavorido. Si algo no me interesaba de la Génova antigua, medieval o hipermoderna era lo que no guardara relación directa con el mar, el mar que no necesita de vanas construcciones. Sin embargo es verdad que los dos primeros días me la pasé perdido por la ciudad, perdido en el sentido de agasajar mi arribo y despedir los días profanos que de vez en vez surgían en mi modo pasivo de ser; y es posible que de allí extraiga su dulce recuerdo…

¿Debiera decir que nos presentaron?. A pesar de mis certezas me limité a lo protocolar, ella hizo lo propio, hasta que seguro llegaría el momento propicio.

En aquellos días el viejo puerto fue la solución al final de un tiempo convexo, un tiempo atrapado en lo alto de un edificio, viendo como las ciudades arrastran sus cadenas en movimientos más, o menos estrepitosos. Tenía que celebrar el destape, el arriendo de esa habitación tan pequeña, donde solo importaba su ventana de eterna invitación a un inquietante mar; muchas veces pensé en esa ventana como en el marco de un lienzo misterioso o como el ribete blanco de una fotografía que estaba provista de miles instantáneas, donde era suficiente avanzar unos metros y cambiar de dimensión. Esos dos primeros días viví con intensidad de verme en el viejo puerto a punto de embarcarme hacia las entrañas del mediterráneo, y así rápidamente conocí a un napolitano de nombre Adriano, sumamente ordinario con quien conjugamos en seguida, a pesar de las pequeñas dificultades de los idiomas latinos. No podía ser menos y bebimos como los dioses, al tiempo de sus respuestas, brillantemente relatadas; mi curiosidad habló de mares y eternos viajes y en algún momento de bares y la intención por descubrir genovesas, pero el creyó mejor acercarnos a la ciudad, allá es posible que conozcamos mujeres que viajan con el único interés de sexo local, y un napolitano las conoce de sólo verlas, me dijo. A mi no me interesaba sus planes pero me costaba decir que prefería quedarme por acá, además el había invitado dos botellas de vodka y entonces le seguí el juego a pensar de que tampoco jugaba de local.
Recuerdo que entramos a muchos bares sin conseguir que mi compinche acierte con ese olfato agudo de sexo local. Hasta que de tanto bar y licor en algúno levante la cabeza... y Paula estaba ahí, tenía un rostro vivaz, ojos negros y profundos, tan inmensos como si cabiera todo su misterio en ellos, su cabello suavemente ondulado se peinaba hacia atrás, sin interrumpir los limites de su hermosa frente, sin interrumpir tampoco la perfección de sus mejillas; sentada allí sin parecer interesarle la conversación de su en torno. En ese mismo instante Adriano me dijo, es ella y en seguida fue directamente a la barra, prometo gestionarte una de sus amigas, dijo. Andábamos ya dos días en ese plan, pero algo me pasó que comencé a olvidar la borrachera que traía, fui hacia el lavado, moje mi cara reiteradas veces hasta volver a olvidar mi embriaguez o pertenecer a otra.
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Nuestros silencios se prolongaron en todo ese encuentro, hasta que Paula se levanto inesperadamente y dejo dicho que iba al lavado, los demás no prestaron mucha atención seguían las bromas y más risas, sin embargo yo la seguía lentamente con los ojos, recordando sus manías. Y sí, su dirección no era el lavado, quizás tomó un taxi o quizás camino durante unas horas. Yo pedí un arsenal de vodka, hasta que el camarero me dijo que el bar había cerrado.