jueves, 7 de junio de 2007

Sur o no Surf o la historia de un viaje imaginario ( I parte )

Íbamos a más de 120 kilómetros por hora, a su lado, en lo único que pensaba, era en la terraza de su apartamento, a quien le importaba más; si tenía un auto tan distante, me esperaba una terraza igual de inalcanzable. El sur era el limite, cuando uno se dirige al sur, da igual lo demás, si uno va en esa dirección, el sur terminará siendo... tú.
En algún lugar de la autopista, nos detuvimos y fue en ese instante en que salí a respirar plenitud por aquella terraza, ahí estaba imaginando ahora su cuerpo desnudo encima de un sofá.
En seguida rápidamente, me trajo a la actual escena; lo demás, pensaba ese instante, era emulación simple a un próximo futuro; así es que de maneras distintas logro distraer a mi imaginación en casi todo el largo viaje.
Digo que logro distraer esa precoz imaginación, debido a que mientras ella conducía, yo lograba mirarla fijamente sin causar incomodo alguno, ella por el contrario tenía la mirada, también fija, pero en horizonte distinto; al fin y al cabo todos queríamos resultar ilesos y una vez allí, al final del trayecto, que la realidad alcance de una vez por todas a esa malsana imaginación.
Y así de tanto mirarla, empecé por tocarla y cada vez lo hacía con una decreciente sutileza, esto no podía continuar así y... no fue así, por que de pronto ella cambio bruscamente de conversación, si lo sé, fue por el cambio de voz, por que mucho después, cuando me dispuse a comprender, esa imaginación mía freno de golpe; al parecer se trataba de un sentimiento maternal, que con redundancia, era un sentimiento sin limite, se notaba ansiosa de volver a ver a su Ignacito, así era como lo llamaba, que sería de él se preguntaba o si la Josefina habría cumplido con el buen cuidado que ella le encargara.
Desde el primer momento en que la vi, hasta éste último instante, mi imaginación hizo lo que nunca lograré volver a inducirle que hiciere, de como esa obra de arte imaginativa llegaba a su final... Ahora ella me hablaría de su hijo y yo dormiría en un sofá con un terraza muy bien cerrada para que no entre ningún viento helado y resfrié al niño Ignacio, el sur no era tal y que ya era hora de buscar mi norte.
De la misma forma, en otro mundo, pero con un sentimiento contrario paso la otra parte del largo viaje, nada era lo mismo.
Llegamos a Candil, abrió esa enorme cochera, de pronto abría también su apartamento y sin animo alguno ya estaba acomodando en el sofá, ella en busca de Ignacio corrió apresurada. Pero algo raro ocurría, por que estaba ella frente a una enorme pecera, Ignacio es ... si era un pez, no puedo recordar esos breves segundos de extasis, lo cierto es que volví en mi, en el antes a aquel intempestibo freno de imaginación; todo volvía a su estado natural, volvia a ser regada con delicadeza de enfermo sexual, esa imaginación que vendría después.