domingo, 19 de agosto de 2007

Una casa en mitad de la historia de un buen libro

He estado pensado, imaginando y mas tarde seguro que me ataca el mismo pensar, del mismo imaginando; como ven todo estos procesos metales son de forma compulsiva.
Como no me compro una casa en mitad de la historia de un buen libro y allí desde el tejado, desde sus ventanas o sentado en la hierba de sus jardines, veo el pasar de las horas, que se hacen vida y que en algún momento llevan a la muerte. Obviando la muerte, esta idea a parte de seguir rondando mi cabeza agujereada, me alegra los días; precisamente porque va más allá de la pasividad del fino lector que casi nunca logro ser, y al decir pasividad y más allá no me refiero a una acción inteligente que linde con la perfección del buen hacer, todo lo contrario, más bien debería decir que es una vulgar idea y siendo de tan baja estirpe busca el momento frágil para de pronto asaltar mis pensamientos, dejándolos ahí, resumidos sin la mínima reacción, confundidos en un llano, un desierto, alejados de su construcción, de esa ciudad de autopistas y calles, de trenes y metros, desolados con los rostros de mueca estúpida... en desconcierto.
No culpo a esos pensamientos, que muchas veces pecan de incautos, por que son como vienen... de una escuela noble, con tres comidas diarias, la tabla de multiplicar y aquella parábola del buen samaritano, que culpa pueden tener!, si su maestro le dijo que sea ingeniero, que elabore planos, construya castillos en tierra y cuando se aburra plante un árbol, escriba un libro y haga su propio remedo.
Tampoco culpo a esas ideas forajidas, muchas de ellas de procedencia anónima, que en alguna temporada de cielo cenizo, de amores perdidos, de tristeza imperfecta hicieran su aparición, y ahí huérfanas seguras de su esencia, de eso que será por siempre... extrañeza por seguir viviendo, que finalmente se encuentran alojadas en algún resquicio de búsqueda eterna.
Lo malo de no contar con astucia es que a esos pensamientos, que se hacen mayores, que son realidades que algunas veces son samaritanas y otras capitalistas; se doblegan ante ideas asesinas.