jueves, 5 de abril de 2007

Prá matar a saudade

Lo menos conveniente para matar a saudade es poner aquel disco con poca personalidad, puesto que la tiene todita, conocedor de tus rincones y algo más.
Si quieres ser un asesino de saudades mucho cuidado con ello.
Porque ya con aquel disco que te posee sin mínima resistencia, sentirás con cada melodía que casi siempre confundes con melancolía, esa enorme parte de un pequeño todo, que muchas veces se sostienen de una sol sostenida y que otras veces despiertas en traducción extraña.
Y concluirás que para matar la saudade necesitas de mucha... pero de mucha cobardía.
Entonces aquellas tardes (pueden ser madrugadas o noches), entonces aquellos días (pueden ser semanas o meses) mejor, toda una vida en que iras en busca de los homicidas de ilusiones, con la sonrisa curiosa de enterarte que notas musicales sostienen sus hombros; por que ahora don nadie es un poco de todo, que no encontró mejor manera de matar a saudade que en lo alto de las orillas o en lo bajo de aquel acantilado, donde enciende sonidos que se escapan de su memoria, donde recuerda mementos que buscan en la finidad de sus días.
No se diferenciar la presencia inquebrantable de mementos que son saudades y saudades que quizás nunca fueron mementos pero que me arropan de manera tan delicada que de mi solo tiene mi eterno rendimiento; si pues tengo una enorme deuda con mi futuro y voy hipotecado a mi pasado, a un pasado que no tengo la seguridad de haberlo vivido, pero que sin embargo me pertenece como casi nada de lo que dicen que poseo.
En su totalidad me pierdo ante los pequeños guiños y su extraña simbología, con la única convicción de encontarme en ti.

* para Valdeci allá en tierras sertanejas, que sepa traducir las olas de mar.