sábado, 16 de diciembre de 2006

Manolete el historiador

Debo a la coincidencia de estar leyendo una extraño libro de esferas de cuero, el descubrimiento de los datos narrados. El hecho se produjo hace algunos años, desde aquel instante he creido fervientemente en las líneas principales que trazan nuestro progreso y perfilan la esencia de un pensamiento, basado en triunfos y alegrías los cuales sin lugar a vacilaciones han fortalecido la inteligencia emocional de los individuos de nuestra sociedad, ¡viva el Perú carajo!.
Asombrado por tal rigor de efectividad en dichos pensamientos, he tratado de indagar e individualizar el aspecto exacto, que sea el pilar de tal éxito, la sorpresa fue mayor al saber que principalmente todo esta abundancia de primer mundo, tenía que ver con las misteriosas esferas de cuero, ¡Esa es mi tierra, asi es mi Perú!.
Por tal razón es realmente muy difícil imaginar una civilización en donde las derrotas eran las migajas de cada día, más aun de ritos peloteros poco comprensibles para nuestra sociedad sin pasado real, sin libros de historia deportiva, sin recortes periodísticos, ni “Bocones” ni álbumes mundialistas.
Hasta allí el recuento de una ficticia investigación y es que nada más viseral irupé mi memoria que un enorme bullicio de frustración, el que me recuerda que elegí el peor binomio por afición: el fútbol y la poesía, sin duda no fue la mejor combinación para escapar a mi rutina. Por lo menos no fue la mejor opción en este resquicio de territorio. Mi ingreso a la poesía se dio por la puerta trasera, aquella tarde que regresaba del juego y gritaron ¡maricón de mierda!, la razón del porque no fui jugador de fútbol, fueron tres: la de nacer con un trote afeminado, mi pierna izquierda y la derecha, pero eso no fue suficiente para dejar tan ondas emociones, las primeras idas al estadio fueron las huidas de casa, de pronto me hallaba envuelto en una sabana roja y blanca, con la cara pintada mandando a pique a cuanta cosa se le parezca a la razón, me habían hablado de las olimpiadas de Berlín, la clasificación a México setenta, entre tantas cosas del Perú campeón, que había que empaparse de esperanzas, nada mas cercano que un “si se puede” simplón, sin embargo poder admitir que el fútbol se reduce a veintidós estúpidos tras un balón, es ignorar a millones de estúpidos sentados en palcos o alrededor de un televisor, sin duda que la lección me costo, cruelmente me repito que a goleadas aprendí mi labor de hicha anormal en el estadio del país donde nací.